Poema - Desea descansar de tanta pena de Fernando de Herrera

Desea descansar de tanta pena,
conociendo ya tarde el desengaño,
mi alma, hecha a su dolor extraño,
y del perdido tiempo se condena.

Ve su triste esperanza de ansias llena,
poco bien, mucho mal, perpetuo daño,
y las glorias debidas cierto engaño,
que el su dulce tirano al fin ordena.

Siente sus fuerzas flacas y sin brío,
y su deseo vano y peligroso,
y medrosa levanta apena el vuelo.

Amor, porque no crezca en ella el frío,
el fuego aviva do arde, y sin reposo
busca y gime, hallando luz del cielo.

Poema: CANCIÓN MEDIOEVAL de Salvador Díaz Mirón

trovador de cancion medieval
Canción Medioeval

¡Oh tú la de crin rubia, luenga y rizada,
que caída en torrente barre las losas,
y que volando incita las mariposas,
porque así luce aspecto de llamarada!

Linajuda Regina que, por taimada,
finges al viejo duque modelo a esposas,
y de sus canas dices honestas cosas,
más dignas de la espuma de una cascada.

Ven y place al que tiene la voz dorada,
y perennes ortigas y eternas rosas,
y en el talón espuela y al cinto espada.

No ignores que los himnos hacen las diosas.
¡Oh tú la de crin rubia, luenga y rizada,
que caída en torrente barre las losas!

Poema: CINTAS DE SOL de Salvador Díaz Mirón

I

La joven madre perdió a su hijo,
se ha vuelto loca y está en su lecho.
Eleva un brazo, descubre un pecho,
suma las líneas de un enredijo.

El dedo en alto y el ojo fijo,
cuenta las curvas que ornan el techo
y muestra un rubro pezón, derecho
como en espasmo y ardor de rijo.

En la vidriera, cortina rala,
tensa y purpúrea cierne curiosa
lumbre, que tiñe su tenue gala.

¡Y roja lengua cae y se posa,
y con delicia treme y resbala
en el erecto botón de rosa!

II

Cerca, el marido forma concierto:
¡ofrece el torpe fulgor del día
desesperada melancolía;
y en la cintura prueba el desierto!

¡Ah! Los olivos del sacro huerto
guardan congoja ligera y pía.
El hombre sufre doble agonía:
¡la esposa insana y el niño muerto!

Y no concibe suerte más dura,
y con el puño crispado azota
la sien, y plañe su desventura.

¡Llora en un lampo la dicha rota;
y el rayo juega con la tortura
y enciende un iris en cada gota!

III

Así la lira. ¿Qué grave duelo
rima el sollozo y enjoya el luto,
y a la insolencia paga tributo
y en la jactancia procura vuelo?

¿Qué mano digna recama el velo
y la ponzoña del triste fruto,
y al egoísmo del verso bruto
inmola el alma que mira al cielo?

¡La poesía canta la historia;
y pone fértil en pompa espuria;
a mal de infierno burla de gloria!

¡Es implacable como una furia,
y pegadiza como una escoria,
e irreverente como una injuria!

Soneto 151 de Lope de Vega

Al contador Gaspar de Barrionuevo
Soneto 151

Gaspar, si enfermo está mi bien, decilde
que yo tengo de amor el alma enferma,
y en esta soledad desierta y yerma,
lo que sabéis que paso persuadilde.

Y para que el rigor temple, advertilde
que el médico también tal vez enferma,
y que segura de mi ausencia duerma,
que soy leal cuanto presente humilde.

Y advertilde también, si el mal porfía,
que trueque mi salud y su accidente,
que la tengo el alma se la envía.

Decilde que del trueco se contente,
mas ¿para qué le ofrezco salud mía?
Que no tiene salud quien está ausente.

Soneto 152 de Lope de Vega

la joven hilandera
A una dama que hilaba
Soneto 152

Hermosa Parca, blandamente fiera,
dueña del hilo de mi cortada vida,
en cuya bella mano vive asida
la rueca de oro y la mortal tijera;

hiladora famosa a quien pudiera
rendirse Palas y quedar vencida,
de cuya tela, Amor, de oro tejida,
si no fuera desnudo, se vistiera:

déte su lana el Vellocino de oro,
Amor su flecha para el huso, y luego
mi vida el hilo, que tu mano tuerza.

Que a ser Hércules yo, tanto te adoro
que rindiera a tu rueca atado y ciego
la espada, las hazañas y la fuerza.

Soneto 153 de Lope de Vega

arbol encina
Soneto 153

Si la más dura encina que ha nacido
del corazón de la Morena Sierra
o el Alpe en su nevada cumbre encierra,
fiero desdén, te hubiera producido;

si tu primer sustento hubiera sido
leche de tigres en la Hircana tierra,
si engendrado te hubieran en la guerra,
entre sus voces, armas y ruido,

no fuera más esquiva y desdeñosa;
mas si mirando airada me das muerte,
vida me das, mirándome amorosa.

Luego si vivo, cuando vuelvo a verte,
ni tú puedes dejar de ser hermosa
ni yo de tener vida y de quererte.

Soneto 154 de Lope de Vega

Soneto 154

Cesen tus aguas, conjurado cielo,
que está doliente por tu causa el mío;
sigue tu curso, nieva, haz tiempo frío,
cubre el campo de plata, escarcha y hielo.

Si es por vengar al sol, sol tiene el suelo,
que será su Faetón con mayor brío:
¡ay rompan los suspiros que te envío
de tantas nubes el oscuro velo!

Deja reinar a la serena boca
cuyos dientes esconden los enojos
de esta humildad, que a envidia os atribuyo.

Amaina el tiempo que su mal provoca,
salga tu sol en ti, y en mí sus ojos.
Tendrá salud mi cielo, y arco el tuyo.

Soneto 155 de Lope de Vega

Soneto 155


Belleza singular, ingenio raro,
fuera del natural curso del cielo,
Etna de amor, que de tu mismo hielo
despides llamas entre mármol puro;

sol de hermosura, entendimiento claro,
alma dichosa en cristalino velo,
norte del mar, admiración del suelo,
émula el sol como a la luna el faro.

Milagro del autor de cielo y tierra,
bien de naturaleza el más perfeto,
Lucinda hermosa en quien mi luz se encierra;

nieve en blancura y fuego en el efeto,
paz de los ojos y del alma guerra:
dame a escribir como a penar sujeto.

Poema: - 57 - (El Regreso) de Heinrich Heine

Mi corazón anhelante
buscó reposó y placer
a tu lado; tú, inconstante,
te separaste al instante:
¡tenías mucho que hacer!

Te dije, prenda adorada,
que era tuya el alma mía;
y tú, esquiva y asombrada,
soltando la carcajada,
me hiciste una cortesía.

La herida que me abre el pecho
después más profunda has hecho,
y un agravio de otro en pos,
me ha negado tu despecho
hasta el beso del adiós.

¿Piensas que una bala cruel
fin a mis ansias dará?
Cuesta tragar tanta hiel;
pero eso, mi hermosa infiel,
me ha pasado otra vez ya.

Poema: - 58 - (El Regreso) de Heinrich Heine

Espléndidos zafiros
son tus azules, celestiales ojos:
¡Feliz, feliz el hombre
a quien miren extáticos y absortos!

Purísimo diamante,
es tu fiel corazón, como no hay otro:
¡Feliz, feliz el hombre
por quien irradie sus destellos todos!

Son fúlgidos rubíes
tus dulces labios, que me vuelven loco:
¡Feliz, feliz el hombre
a quien sonrían tiernos y amorosos!

Si en apartada selva
yo, frente a frente, le encontrara, y solo,
¡cuán poco sus venturas
duráranle, cuán poco!

Poema - Después que en mí tentaron su crudeza de Fernando de Herrera

Después que en mí tentaron su crudeza
de Amor y vos las flechas y los ojos,
di honra al uno, al otro los despojos,
y sufrí saña de ambos y aspereza.

El fuego que encendió vuestra belleza
hizo dulces y alegres mis enojos,
y suave entre espinas y entre abrojos
el dolor que causaba mi tristeza.

Tuve esperanza incierta de mi ufana
muerte, viendo el valor de mi tormento;
y confié este error de mi osadía.

Mas ¡ay! que tanta gloria suerte humana
no alcanza, y no se debe al mal que siento
el bien que me negáis, Estrella mía.

Poema: CLEOPATRA de Salvador díaz Mirón

Cleopatra en el lecho de muerte
La vi tendida de espaldas
entre púrpura revuelta.
Estaba toda desnuda,
aspirando humo de esencias
en largo tubo, escarchado
de diamantes y de perlas.

Sobre la siniestra mano
apoyada la cabeza;
y como un ojo de tigre,
un ópalo daba en ella
vislumbres de fuego y sangre
el oro de su ancha trenza.

Tenía un pie sobre el otro
y los dos como azucenas;
y cerca de los tobillos
argollas de finas piedras,
y en el vientre un denso triángulo
de rizada y rubia seda.

En un brazo se torcía
como cinta de centellas,
un áspid de filigrana
salpicado de turquesas,
con dos carbunclos por ojos
y un dardo de oro en la lengua.

A menudo suspiraba;
y sus altos pechos eran
cual blanca leche, cuajada
dentro de dos copas griegas,
y en alabastro vertida,
sólida ya, pero aún trémula.

¡Oh! Yo hubiera dado entonces
todos mis lauros de Atenas,
por entrar en esa alcoba
coronado de violetas,
dejando ante los eunucos
mis coturnos a la puerta.

Poema: CON QUÉ DOLOR de Salvador Díaz Mirón

Y VÁLGAME SER FRANCO…

¡Con qué dolor, y válgame ser franco,
trazo los versos que a mi lado impetras!
Esta cuartilla de papel en blanco
me parece una lápida sin letras.

Tristísimo recuerdo me acongoja
y pienso, visionario como un zafio,
que escribo, no una endecha en una hoja,
sino sobre un sepulcro un epitafio.

No extrañes, no, que mi razón sucumba
a esta ilusión que envuelve algo de cierto
porque, ay, tu corazón es una tumba
desde el instante en que tu amor fue un muerto.

¡Tu amor! Ve el mío que cual ámbar de oro
paréceme que nunca se consume,
que ni siquiera sufre deterioro
aunque despida sin cesar perfume.

Mas ¿a dónde me lleva mi extravío?
Perdona a mi amargura ese reproche.
Por ti puedo decir como el judío:
¡un ángel ha pasado por mi noche!

Por ti en el molde general no cupe;
quise ovaciones, codicié oropeles
y en la tribuna y con la lira supe
ganar aplausos y obtener laureles.

Después… ¡mi gloria huyó con mi ventura
y, como nube tenebrosa, el duelo
ha cerrado en mi alma la abertura
que daba grande y esplendente al cielo!

Adiós. Dejo a tus plantas un gemido
y retorno a la sombra más espesa
pues vuelvo a la que reina en el olvido,
y no hay otra tan negra como ésa.

Soneto 156 de Lope de Vega

Soneto 156

Si para comparar vuestra hermosura
fuera de vos buscase alguna cosa,
e hiciese de jazmín, narciso y rosa
la Griega Helena la mayor pintura,

no se tuviera por mayor locura
hurtar al mismo sol la llama hermosa,
y así quedara en mano temerosa
sin color el pincel, la tabla oscura.

Mas porque no viváis con arrogancia
que nada puede haceros competencia,
sabed que tengo yo quien os la hace.

Que de vuestra hermosura no hay distancia
de mi infinito amor a la excelencia,
que al fin la iguala porque de ella nace.

Soneto 157 de Lope de Vega

el dios Apolo
Al doctor Arjona
Soneto 157

Celoso Apolo en vuestra sacra frente,
más bello que en su curso, el laurel mira,
culto escritor, cuya divina lira
merece ser estrella eternamente.

El Caistro jamás por su corriente
tan dulce ha visto cisne, cuando espira;
Dauro ensancha su margen y se admira
que su oro puro vuestro canto aumente.

Miran por quién sus náyades y drías,
y, viendo que es un extranjero, mueven
risa en las hojas y en las fuentes frías.

Yo viendo cuánto las del Tajo os deben,
digo que allá lo pagarán las mías
cuando en sus aguas vuestro nombre lleven.

Soneto 158 de Lope de Vega

A una dama que limpia los dientes
Soneto 158


Gente llama la caja belicosa
cuando se dora y limpia la jineta,
y cuando la ballesta o la saeta,
señal es de la caza codiciosa:

cuando desnuda de la vaina ociosa
la espada el cortesano, honor le aprieta;
cuando se limpia el tiro o la escopeta,
señal es de la guerra sanguinosa;

y cuando el arco de marfil bruñido
de sus dientes Lucinda los despojos,
con la saeta de su lengua asido,

señal es que a matar y a dar enojos;
si no es arco del cielo que ha salido
a serenar la lluvia de mis ojos.

Soneto 159 de Lope de Vega

alegoria de la Verdad desnuda
A la Verdad
Soneto 159

Hija del tiempo, que en siglo de oro
viviste hermosa y cándida en la tierra,
de donde la mentira te destierra
en esta fiera edad de hierro y lloro;

santa Verdad, dignísimo decoro
del mismo cielo, que tu sol encierra,
paz de nuestra mortal perpetua guerra
y de los hombres el mayor tesoro;

casta y desnuda virgen, que no pudo
vencer codicia, fuerza ni mudanza,
del sol de Dios ventana cristalina;

vida de la opinión, lengua del mundo.
Mas ¿qué puedo decir en tu alabanza
si eres el mismo Dios, Verdad divina?

Soneto 160 de Lope de Vega

Soneto 160

Esto de imaginar si está en su casa,
si salió, si la hablaron, si fue vista;
temer que se componga, adorne y vista,
andar siempre mirando lo que pasa;

temblar del otro que de amor se abrasa,
y con hacienda y alma la conquista;
querer que al oro y al amor resista,
morirme si se ausenta o si se casa;

celar todo galán rico y mancebo,
pensar que piensa en otro si en mí piensa
rondar la noche y contemplar el día,

obliga, Marcio, a enamorar de nuevo;
pero saber cómo pasó la ofensa,
no sólo desobliga, mas enfría.

Poema: - 59 - (El Regreso) de Heinrich Heine

Tu corazón perseguí
con vanas galanterías;
pero en mis redes caí,
trocándose para mi
en veras las burlas mías.
Tú, con faz galante y leda,
puedes en igual moneda
pagar mi tardo suspiro;
y a mí un recurso me queda
radical... ¡pegarme un tiro!

Poema: - 60 - (El Regreso) de Heinrich Heine

El mundo, el alma, la vida,
son descosidos fragmentos:
buscando voy un filósofo,
germánico, por supuesto,
que un buen sistema me hilvane
atando esos cabos sueltos.
Con su bata y con su gorro,
ya, orondo y grave, le veo
tapando todas las grietas
y fallas del Universo.

Poema: Vuelta de paseo de Federico García Lorca

Asesinado por el cielo.
Entre las formas que van hacia la sierpe
y las formas que buscan el cristal,
dejaré crecer mis cabellos.

Con el árbol de muñones que no canta
y el niño con el blanco rostro de huevo.

Con los animalitos de cabeza rota
y el agua harapienta de los pies secos.

Con todo lo que tiene cansancio sordomudo
y mariposa ahogada en el tintero.

Tropezando con mi rostro distinto de cada día.
¡Asesinado por el cielo!

Poema: 1910 de Federico García Lorca

Aquellos ojos míos de mil novecientos diez
no vieron enterrar a los muertos,
ni la feria de ceniza del que llora por la madrugada,
ni el corazón que tiembla arrinconado como un caballito de mar.

Aquellos ojos míos de mil novecientos diez
vieron la blanca pared donde orinaban las niñas,
el hocico del toro, la seta venenosa
y una luna incomprensible que iluminaba por los rincones
los pedazos de limón seco bajo el negro duro de las botellas.

Aquellos ojos míos en el cuello de la jaca,
en el seno traspasado de Santa Rosa dormida,
en los tejados del amor, con gemidos y frescas manos,
en un jardín donde los gatos se comían a las ranas.

Desván donde el polvo viejo congrega estatuas y musgos,
cajas que guardan silencio de cangrejos devorados
en el sitio donde el sueño tropezaba con su realidad.
Allí mis pequeños ojos.

No preguntarme nada. He visto que las cosas
cuando buscan su curso encuentran su vacío.
Hay un dolor de huecos por el aire sin gente
y en mis ojos criaturas vestidas ¡sin desnudo!

New York, agosto 1929.

Poema: Fábula y rueda de los tres amigos de Federico García Lorca

Enrique,
Emilio,
Lorenzo.

Estaban los tres helados:
Enrique por el mundo de las camas;
Emilio por el mundo de los ojos y las heridas de las manos,
Lorenzo por el mundo de las universidades sin tejados.

Lorenzo,
Emilio,
Enrique.

Estaban los tres quemados:
Lorenzo por el mundo de las hojas y las bolas de billar;
Emilio por el mundo de la sangre y los alfileres blancos;
Enrique por el mundo de los muertos y los periódicos abandonados.

Lorenzo,

Emilio,
Enrique.
Estaban los tres enterrados:
Lorenzo en un seno de Flora;
Emilio en la yerta ginebra que se olvida en el vaso;
Enrique en la hormiga, en el mar y en los ojos vacíos de los pájaros.

Lorenzo,

Emilio,
Enrique,
fueron los tres en mis manos
tres montañas chinas,
tres sombras de caballo,
tres paisajes de nieve y una cabaña de azucenas
por los palomares donde la luna se pone plana bajo el gallo.

Uno

y uno
y uno.
Estaban los tres momificados,
con las moscas del invierno,
con los tinteros que orina el perro y desprecia el vilano,
con la brisa que hiela el corazón de todas las madres,
por los blancos derribos de Júpiter donde meriendan muerte los borrachos.

Tres

y dos
y uno.
Los vi perderse llorando y cantando
por un huevo de gallina,
por la noche que enseñaba su esqueleto de tabaco,
por mi dolor lleno de rostros y punzantes esquirlas de luna,
por mi alegría de ruedas dentadas y látigos,
por mi pecho turbado por las palomas,
por mi muerte desierta con un solo paseante equivocado.

Yo había matado la quinta luna
y bebían agua por las fuentes los abanicos y los aplausos,
Tibia leche encerrada de las recién paridas
agitaba las rosas con un largo dolor blanco.

Enrique,
Emilio,
Lorenzo.
Diana es dura.
pero a veces tiene los pechos nublados.
Puede la piedra blanca latir con la sangre del ciervo
y el ciervo puede soñar por los ojos de un caballo.

Cuando se hundieron las formas puras
bajo el cri cri de las margaritas,
comprendí que me habían asesinado.
Recorrieron los cafés y los cementerios y las iglesias,
abrieron los toneles y los armarios,
destrozaron tres esqueletos para arrancar sus dientes de oro.
Ya no me encontraron.
¿No me encontraron?
No. No me encontraron.
Pero se supo que la sexta luna huyó torrente arriba,
y que cl mar recordó ¡de pronto!
los nombres de todos sus ahogados.

Poema: Tu infancia en Menton de Federico García Lorca

Sí, tu niñez ya fábula de fuentes
Jorge Guillén

Sí, tu niñez ya fábula de fuentes.
El tren y la mujer que llena el cielo.
Tu soledad esquiva en los hoteles
y tu máscara pura de otro signo.
Es la niñez del mar y tu silencio
donde los sabios vidrios se quebraban.
Es tu yerta ignorancia donde estuvo
mi torso limitado por el fuego.
Norma de amor te di, hombre de Apolo,
llanto con ruiseñor enajenado,
pero, pasto de ruina, te afilabas
para los breves sueños indecisos.
Pensamiento de enfrente, luz de ayer,
índices y señales del acaso.
Tu cintura de arena sin sosiego
atiende sólo rastros que no escalan.
Pero yo he de buscar por los rincones
tu alma tibia sin ti que no te entiende,
con el dolor de Apolo detenido
con que he roto la máscara que llevas.
Allí, león, allí furia del cielo,
te dejaré pacer en mis mejillas;
allí, caballo azul de mi locura,
pulso de nebulosa y minutero,
he de buscar las piedras de alacranes
y los vestidos de tu madre niña,
llanto de media noche y paño roto
que quitó luna de la sien del muerto.
Si, tu niñez ya fábula de fuentes.
Alma extraña de mi hueco de venas,
te he de buscar pequeña y sin raíces.
¡Amor de siempre, amor, amor de nunca!
¡Oh, sí! Yo quiero. ¡Amor, amor! Dejadme.
No me tapen la boca los que buscan
espigas de Saturno por la nieve
o castran animales por un cielo,
clínica y selva de la anatomía.
Amor, amor, amor. Niñez del mar.
Tu alma tibia sin ti que no te entiende.
Amor, amor, un vuelo de la corza
por el pecho sin fin de la blancura.
Y tu niñez, amor, y tu niñez.
El tren y la mujer que llena el cielo.
Ni tú, ni yo, ni el aire, ni las hojas.
Sí, tu niñez ya fábula de fuentes.

Poema: CONFIDENCIAS de Salvador Díaz Mirón

flor rosa en el suelo
Una flor por el suelo,
un cielo de hojas empapado en lloro
y encima de ese cielo, el otro cielo
lleno de luna y de brillantes y oro…
Un arroyo que el aura acariciaba;
un banco… sobre el banco
así, como quien flota, se sentaba;
y vestida de blanco,
bella como un arcángel, me esperaba.
Aún flotan en mis noches de desvelo
con la luz de una luna como aquélla,
el verde y el azul de cielo y cielo,
y aura y arroyo y flor y banco y ella.

¿No te acuerdas, mujer, cuántos delirios
yo me forjaba, junto a ti de hinojos,
al resplandor de los celestes cirios,
al resplandor de tus celestes ojos?
¿Te acuerdas, alma mía?
¡Entonces inocente
me jurabas amor y yo podía
besar tu corazón sobre tu frente!

¡Ayer, unos tras otros,
mil delirios así pude fingirme;
hoy no puede haber nada entre nosotros,
hoy tú vas a casarte… y yo a morirme!
¡Y tanto sol y porvenir dorado,
tanto cielo soñado,
en una inmensa noche se derrumba!
¡Hoy me dijiste tú: no hay esperanza;
hoy te digo: en paz goza; y, en mi tumba,
mañana me dirás: en paz descansa!

Nueva York, 1876

Poema: CONSONANCIAS de Salvador Díaz Mirón

A M…*

Tu traición justifica mi falsía
aunque lo niegues con tu voz de arrullo;
mi amor era muy grande, pero había
algo más grande que mi amor, mi orgullo.

Calla, pues. Ocultemos nuestro duelo,
la queja es infecunda y nada alcanza;
agonicemos contemplando el cielo
ya que el cielo es nuestra única esperanza.

No creas que este mal decrezca y huya:
cada vez menos parco y más despierto
imperará en mi vida y en la tuya
«como reina el león en el desierto».

Los años rodarán en el abismo
sin que recobres la perdida calma.
¡Tú siempre llevarás, como yo mismo,
un cadáver en lo íntimo del alma!

El tiempo no es el médico discreto
que, por medio del fórceps del olvido,
saca del fondo de la entraña el feto
muerto allí como el pájaro en su nido.

*Matilde Saulnier

Soneto 161 de Lope de Vega

Soneto 161

Cual engañado niño que, contento,
pintado pajarillo tiene atado,
y le deja en la cuerda, confiado,
tender las alas por el manso viento;

y cuando más en esta gloria atento,
quebrándose el cordel, quedó burlado,
siguiéndole, en sus lágrimas bañado,
con los ojos y el triste pensamiento,

contigo he sido, Amor; que mi memoria
dejé llenar de pensamientos vanos,
colgados de la fuerza de un cabello.

Llevóse el viento el pájaro y mi gloria,
y dejóme el cordel entre las manos,
que habrá por fuerza de servirme al cuello.

Soneto 162 de Lope de Vega

Soneto 162

Ya vengo con el voto y la cadena,
desengaño santísimo, a tu casa,
porque de la mayor coluna y basa
cuelgue de horror y de escarmiento llena.

Aquí la vela y la rompida entena
pondrá mi amor que el mar del mundo pasa,
y no con alma ingrata y mano escasa,
la nueva imagen de mi antigua pena.

Pero aguárdame un poco, desengaño;
que se me olvidan en la rota nave
ciertos papeles, prendas y despojos.

Mas no me aguardes, que serás engaño,
que si Lucinda a lo que vuelvo sabe,
tendráme un siglo con sus dulces ojos.

Soneto 163 de Lope de Vega

A la muerte de Félix de Vega Carpio
Soneto 163

Parca, ¿tan de improviso airada y fuerte
siegas la vega donde fui nacido
con la guadaña de tu fiero olvido,
que en seco polvo nuestra flor convierte?

¿Ni vale el nombre ni el valor se advierte?
Cárcel de enfermedad no ha precedido,
ni información de haberla merecido,
y, ¿sin proceso le condenas, Muerte?

Oh tribunal, a donde no hay reparo,
¿en un hora del mundo se destierra
a quién Félix nació, sin que lo fuese?

Mas justo fue, que siendo sol tan claro,
se pusiese al ocaso de la tierra,
y al oriente del cielo amaneciese.

Soneto 164 de Lope de Vega

Soneto 164

Si el padre universal de cuanto veo
en la naturaleza nuestra humana,
despreció la sentencia soberana,
obedeciendo un femenil deseo;

si un rey David y un nazareno hebreo,
a Bersabé y a Dálida tirana,
la fuerza y la vitoria rinde llana,
que no pudo el león ni el filisteo,

¿en qué valor mis ojos se fiaron,
y presumió mi ingenio saber tanto
que no le hiciera tu hermosura agravio?

Pues con fuerza, virtud y ciencia erraron
Adán el primer hombre, David santo,
Sansón el fuerte y Salomón el sabio.

Soneto 165 de Lope de Vega

Al doctor Mira de Mescua
Soneto 165

Viendo que iguala en su balanza Astrea
los rayos y las sombras desiguales,
Dauro no ha reparado en las señales
de la extranjera Vega que pasea.

Mas ya que el oro que le dais emplea,
en mis arenas a la Libia iguales,
florecerán mi Vega sus cristales,
y vos mi ingenio, de mi mundo idea.

A que sois primavera me resuelvo,
por quien las flores que perdí restauro:
tal abundancia vuestro ingenio cría.

Y así en tanto que al patrio Tajo vuelvo,
serán entre las márgenes del Dauro
las flores vuestras y la Vega mía.

Poema: - 61 - (El Regreso) de Heinrich Heine

Quebréme la cabeza noche y día
con mil problemas de áridos enojos;
y descubrí la incógnita, alma mía,
al contemplar tus ojos.

Todo mi ser del resplandor brillante
de tu dulce pupila está suspenso:
desde que soy tu afortunado amante,
en nada más ya pienso.

Poema: - 62 - (El Regreso) de Heinrich Heine

Está toda la casa iluminada:
gran fiesta tienes hoy:
pasar veo una sombra por el claro
del abierto balcón.

Tú no ves que abismado en las tinieblas
aquí, a tus pies, estoy;
y menos podrás ver lo que escondido
guardo en el corazón.

Mi corazón palpita y se destroza,
loco por ti de amor;
mi corazón te adora y se desangra;
mas tú, no lo ves, no.

Poema: La luna de Enero de José Zorrilla

El prado está sin verdura,
Y los jardines sin flores,
No cantan los ruiseñores
Amores en la espesura.
No se oye el dulce murmullo
Del viento, que ronco brama,
No brota en la seca rama
Tierno y pintado capullo.
No saltan serenas fuentes
Por entre sutiles bocas,
Que ruedan desde las rocas,
En vez de arroyos, torrentes.
La luz que los aires puebla
Pesada, amarilla y tarda,
Se pierde en la sombra parda
De la perezosa niebla.
Se viste el color del cielo
Color de los funerales,
Y son del alba cristales
Los carámbanos de hielo.
Brota a los rudos estragos
Con que el invierno la abruma,
La tierra nieblas y lagos,
El mar montañas de espuma.
Y hacinados de ancha hoguera
Los hombres en derredor,
Contemplan el resplandor
Que asalta la azul esfera.
Y baja amarillo el río,
Y entre sus ondas pesadas
Trae las ramas desgajadas
Al furor del cierzo impío.
Mas la noche silenciosa
Por el firmamento sube,
Sin que la manche una nube,
Engalanada y vistosa.
Que en vez de sombra importuna
Vienen siguiendo sus huellas
Mil ejércitos de estrellas,
Cortesanas de la luna.
Que la noche, en recompensa,
Callando los vendavales,
Enciende sus mil fanales
Sobre la atmósfera inmensa.
¡Qué bella es la luz de plata
Con que la noche se viste
Después del día más triste
De la estación más ingrata!
Se ven en la oscuridad,
Como soldados que velan,
Cuál con la lluvia riëlan
Las torres de la ciudad.
Se sienten rodar inquietas,
Lanzando un grito violento
Al brusco empuje del viento,
Sobre el punzón las veletas.
Y en las mansiones vecinas
Los vidrios de las ventanas
Remedan las luces vanas
Colgadas en las esquinas.
No hay sombra en que no veamos
Alguna fantasma oculta,
Que porque más la temamos,
La noche la sombra abulta.
Pues por completa ilusión
La noche miente tan bien,
Que las cosas que se ven
No son las cosas que son.
El aire cristales miente,
Plata los pliegues del río,
Lluvia de ámbar el rocío,
Nácar y perlas la fuente.
Y alza a lo lejos el monte,
Como filas de soldados,
Mil peñascos apiñados
Que guardan el horizonte.
¡Bello es entonces cantar
Con enamorado acento,
Versos que cruzan el viento
Para nacer y expirar!
Bello es en la sombra oscura
Ver una ondulante falda,
Y adivinar una espalda
Sobre una esbelta cintura.
Pensar un velo sutil
Ocultar un blanco cuello,
Y buscar detrás de aquello
Un elegante perfil.
Y alcanzar por entre el velo
Dos ojos o dos centellas,
Que iluminan como estrellas
El espacio de aquel cielo.
Hasta la misma amargura
Es tal vez menos amarga,
Que cuanto la noche alarga
Adquiero más hermosura;
Que en una noche tranquila
Parece el cielo, en verdad,
Ojo de la eternidad,
Y la luna su pupila.


Reina de los astros,¡Luna!,
Como tu luz no hay ninguna;
Si el alba tiene arrebol,
Si tiene rayos el sol,
Su luz de fuego importuna.
Cansa por cierto ese ardor
Con claridad tan extrema;
Bello es del alba el color,
Bello del sol el calor,
Pero tanta lumbre quema.
¡Oh, de la tuya templada
Es fantástico el imperio!
Tú con tu luz plateada
Das de la sombra a la nada
Los contornos del misterio.
¡Oh noches encantadoras,
Volved con tanta riqueza!
¡Hermosas son vuestras horas,
Que embellecen seductoras
Del ánima la tristeza y
Como aquéllas ¡no hay alguna;
Que en vez de sombra importuna
Traen por orgullo con ellas
Mil ejércitos de estrellas
Cortesanas de la luna.

Poema: La meditación de José Zorrilla

Sobre ignorada tumba solitaria,
A la luz amarilla de la tarde,
Vengo a ofrecer al cielo mi plegaria
Por la mujer que amé.
Apoyada en el mármol la cabeza,
Sobre la húmeda hierba la rodilla,
La parda flor que esmalta la maleza
Humillo con mi pie.


Aquí, lejos del mundo y sus placeres,
Levanto mis delirios de la tierra,
Y leo en agrupados caracteres
Nombres que ya no son.
Y la dorada lámpara que brilla
Y al soplo oscila de la brisa errante,
Colgada ante el altar en la capilla
Alumbra mi oración.


Acaso un ave su volar detiene
Del fúnebre ciprés entre las ramas,
Que a lamentar con sus gorjeos viene
La ausencia de la luz:
Y se despide del albor del día
Desde una alta ventana de la torre,
O trepa de la cúpula sombría
A la gigante cruz.


Anegados en lágrimas los ojos
Yo la contemplo inmóvil desde el suelo
Hasta que el rechinar de los cerrojos
La hace aturdida huir.
La funeral sonrisa me saluda
Del solo ser que con los muertos vive,
Y me presta su mano áspera y ruda
Que un féretro va a abrir.


¡Perdón! ¡No escuches, Dios mío,
Mi terrenal pensamiento!
¡Deja que se pierda impío
Como el murmullo de un río
Entre los pliegues del viento!


¿Por qué una imagen mundana
Viene a manchar mi oración?
Es una sombra profana,
Que tal vez será mañana
Signo de mi maldición.


¿Por qué ha soñado mi mente
Ese fantasma tan bello,
Con esa tez transparente
Sobre la tranquila frente
Y sobre el desnudo cuello?


Que en vez de aumentar su encanto
Con pompa y mundano brillo,
Se muestra anegada en llanto
Al pie de altar sacrosanto,
O al pie de pardo castillo.


Como una ofrenda olvidada
En templo que se arruinó,
Y en la piedra cincelada
Que en su caída encontró,
La mece el viento colgada.


Con su retrato en la mente,
Con su nombre en el oído,
Vengo a prosternar mi frente
Ante el Dios omnipotente,
En la mansión del olvido.


¡Mi crimen acaso ven
Con turbios ojos inciertos,
Y me abominan los muertos,
Alzando la hedionda sien
De los sepulcros abiertos!


Cuando estas tumbas visito,
No es la nada en que nací,
No es un Dios lo que medito,
Es un nombre que está escrito
con fuego dentro de mí.


¡Perdón! ¡No escuches, Dios mío,
Mi terrenal pensamiento!
¡Deja que se pierda impío
Como el murmullo de un río
Entre los pliegues del viento!

Poema: Con el hirviente resoplido moja de José Zorrilla

Con el hirviente resoplido moja
el ronco toro la tostada arena,
la vista en el jinete ata y serena,
ancho espacio buscando el asta roja.

Su arranque audaz a recibir se arroja,
pálida de valor la faz morena,
e hincha en la frente la robusta vena
el picador, a quien el tiempo enoja.

Duda la fiera, el español la llama;
sacude el toro la enastada frente,
la tierra escarba, sopla y desparrama;

le obliga el hombre, parte de repente,
y herido en la cerviz, húyele y brama,
y en grito universal rompe la gente.


Poema: Cristo, legislador, no escribió nada de José Zorrilla

Cristo, legislador, no escribió nada;
ni papiro dejó ni un pergamino:
quedó tras Él su espíritu divino,
su fe con su memoria inmaculada.

Cristo, rey, no empuñó cetro ni espada;
en el polvo sembró de su camino
de su fe la semilla; a su destino
dejándola y al tiempo encomendada.

Germen de amor, de paz, de fe y cariño,
culto del alma, religión interna,
de fausto exenta y de mundano aliño,

la propagó el amor, la amistad tierna,
la fe del pobre, la mujer y el niño:
y por eso es veraz, única, eterna.


Poemas de José Zorrilla

Jose Zorrilla
Aquí se muestran una gran cantidad de títulos interesantes del gran poeta y dramaturgo español José Zorrilla, solo pulsa en el título deseado para ir al poema correspondiente.

TÍTULOS DE LOS POEMAS

Poema A la luna de enero de José Zorrilla


Poema Meditación

Con el hirviente resoplido

Cristo legislador

Vigilia

Poema Gloria y orgullo de José Zorrilla

Poema Pereza

Cadena

Poema En el álbum

Poema Misterio

Poema Composición de José Zorrilla

Poema A la Luna

Poema Horizontes

Impresiones de la noche

Poema Fe de José Zorrilla

Poema A España artística

Poema Ira de Dios

Romance de José Zorrilla

Poema La noche no tiene ruido

Poema La sorpresa de Zahara

Poema Príncipe y Rey

Poema La cortina verde de José Zorrilla

Poema Justos por pecadores

Un apéndice a las ventanas de la Duquesa

Luengas edades luengas novedades

Poema El paso de armas de Beltrán de la Cueva

Poema Recuerdos de José Zorrilla

Poema Favor de Rey

Poema Los borceguíes de Enrique II

Poema Una aventura de 1360

Poema Las estocadas de noche de José Zorrilla

Poema Justicias del Rey don Pedro

Poema Para verdades el tiempo

Poema Honra y vida que se pierden

Poema Recuerdos de Valladolid

Romance - A buen juez mejor testigo de José Zorrilla

Poema Las dos rosas de José Zorrilla

Poema El niño y la maga

Poema El caballero de la buena memoria

El capitán Montoya - 1 -

El capitán Montoya - 2 -

El capitán Montoya - 3 -

El capitán Montoya - 4 -

El capitán Montoya - 5 -

El capitán Montoya -6 -

El capitán Montoya - 7 -

El capitán Montoya - 8 -

El capitán Montoya - 9 -

El capitán Montoya - 10 -

Poema El escultor y el duque

Poema La azucena silvestre (1)

Poema La azucena silvestre (2)

Poema Oriental de José Zorrilla

Poema a la memoria desgraciada del joven Literato

Poema: COPO DE NIEVE de Salvador Díaz Mirón

Para endulzar un poco tus desvíos
fijas en mí tu angelical mirada
y hundes tus dedos pálidos y fríos
en mi oscura melena alborotada.

¡Pero en vano, mujer! No me consuelas.
Estamos separados por un mundo.
¿Por qué, si eres la nieve, no me hielas?
¿Por qué, si soy el fuego, no te fundo?

Tu mano espiritual y transparente,
cuando acaricia mi cabeza esclava,
es el copo glacial sobre el ardiente
volcán cubierto de ceniza y lava.

Poema: DATE LILIA de Salvador Díaz Mirón

¡Clava en mí tu pupila centellante
en donde el toque de la luz impresa
brilla como una chispa de diamante
engastada en una húmeda turquesa!

¡Tal fulgura una perla de rocío
en el esmalte azul de una corola!
¡Tal radia en el crepúsculo sombrío
la estrella del amor, pálida y sola!

Deja que ruede libre tu cabello
como la linfa que desborda el cauce,
para que caiga en torno de tu cuello
como el follaje alrededor del sauce;

para que flote, resplandor de aurora
sobre tu rostro que el sonrojo empaña
como esas tintas con que el sol colora
la nieve que circunda la montaña;

para que al soplo de mi aliento vuele
y tu ígneo labio, cuya esencia adoro,
ría a través cual la amapola suele,
roja y vivaz, en el trigal de oro.

¡Habla! ¡Mas sólo de placer! Exhala
el arrullo nupcial de la paloma!
¡Fuera el temor! ¡La rosa de Bengala
no tiene espinas, mas tampoco aroma!

Tu acento de sirena me embelesa…
Tu palabra es miel híblea derramada…
Tu boca, que cerrada es una fresa,
se abre como se parte una granada.

Pero guardas silencio y te estremeces.
¿Por qué te aflige la mundana insidia?
¡Consuélate pensando que los jueces
que nos condenen, nos tendrán envidia!

¿No me oyes? ¿Cuál ha sido nuestra falta?
¿Es culpable la sed que apura el vaso?
¿Comete un crimen el raudal que salta
cuando halla un dique que le corta el paso?

¿Por qué triste y glacial como la muda
estatua del dolor bajas la vista,
mientras tu mano anuda y desanuda
las puntas del pañuelo de batista?

¿Por que esa gota en que expiró un reproche
corre por tu mejilla ruborosa
corno un hilo de aljófar de la noche
por un tímido pétalo de rosa?

¿Por qué tu pecho en que el candor anida
tiembla con ansia cual batiendo el vuelo
palpita el ala de la garza herida
que pugna en vano por alzarse al cielo?

¡Ya está, vamos! ¡Que cese tu quebranto!
¡Alza tu bella cabecita rubia,
quiero ver tu sonrisa entre tu llanto
como un rayo de sol entre la lluvia!

La palma vuelve su cogollo espeso
a aspirar aire con gentil donaire
y ebria de amor en el festín del beso,
estalla en flores, perfumando el aire.

¡Imita al árbol del desierto! ¡Sacia
tu afán de dicha y que tu canto vibre!
¡Ave María, en plenitud de gracia:
joven, hermosa, idolatrada y libre!

Soneto 166 de Lope de Vega

la bella hechicera Circe
Soneto 166

Circe, que de hombre en piedra me transforma,
quiere, o lo quieren los contrarios cielos,
que viva ausente, sin matarme celos,
cosa imposible si de amor se informa.

Tanto el temor con el amor conforma
que era pedir centellas a los hielos
estar ausente y no tener recelos
aun a la sombra que el pensarlos forma.

Al contrario presente aunque atrevido,
bien puede hacer un hombre resistencia,
mas no cuando a traición otro le enviste.

Los celos por los ojos me han venido,
pero por las espaldas el ausencia,
y lo que no se ve no se resiste.

Soneto 167 de Lope de Vega

Al doctor Tejada
Soneto 167

De hoy más, claro pastor por quien restauro
la fama, que sin vos perder pudiera,
os cantarán del Tajo en la ribera,
y, si esto es poco, del mar Indo al Mauro.

Oirase, antes que vuelva el sol al Tauro,
vuestro nombre en su orilla que me espera,
pues mi musa por vos, siendo extranjera,
halló lugar en las del fértil Dauro.

Por vos, como en la antigua, en la edad nuestra
correrá más dorado que Pactolo,
de que su cisne sois indicio y muestra.

Humillarase a vos el laurel solo,
que no serán para la frente vuestra
ni Dafne esquiva ni celoso Apolo.

Soneto 168 de Lope de Vega

Soneto 168

Si verse aborrecido el que era amado
es de amor la postrera desventura,
¿qué espera en vos, señora, que procura
el que cayó de tan dichoso estado?

En vano enciendo vuestro pecho helado,
pues lo que ahora con violencia dura
ya no es amor, es natural blandura
con tibio gusto de un amor forzado.

Cuando vos me seguisteis, iba huyendo;
huir ahora vos, cuando yo os sigo:
si es amor, ya le tengo y no le entiendo.

Ya huyo como esclavo del castigo;
guardaos que ya me voy y, al fin partiendo,
no sé qué haré de vos pues vais conmigo.

Soneto 169 de Lope de Vega

A don Felipe de África, príncipe de Fez y Marruecos
Soneto 169

Alta sangre real, claro Felipe,
a cuyo heroico y generoso pecho
el límite africano vino estrecho,
aunque en grandeza a Europa se anticipe,

porque el cielo ordenó que participe
de otro imperio mayor vuestro derecho
y que se ocupen en tan alto hecho
los cisnes de las fuentes de Aganipe;

tanto os estima a vos, Príncipe, solo,
que un día aventuró para ganaros
con cuatro reyes veinte mil personas,

trocando el bajo por el alto polo,
a Fez en Fe, y a vuestros montes claros
por claros cielos y por mil coronas.

Soneto 170 de Lope de Vega

Soneto 170


No tiene tanta miel Ática hermosa,
algas la orilla de la mar, ni encierra
tantas encinas la montaña y sierra,
flores la primavera deleitosa,

lluvias el triste invierno, y la copiosa
mano del seco otoño por la tierra
graves racimos, ni en la fiera guerra
más flechas Media en arcos belicosa,

ni con más ojos mira el firmamento
cuando la noche calla más serena,
ni más olas levanta el Oceano,

peces sustenta el mar, aves el viento,
ni en Libia hay granos de menuda arena,
que doy suspiros por Lucinda en vano.

Poema: - 63 - (El Regreso) de Heinrich Heine

Para dárselas al viento,
y que el viento las llevara,
quisiera encerrar mis penas
en una sola palabra.
A ti te la llevaría,
hermosísima tirana,
para que a cada momento
la oyeras y la escucharas.
Y cuando cierra la noche
tus pupilas adoradas,
aún la estarías oyendo
en los ensueños del alma.

Poema: - 64 - (El Regreso) de Heinrich Heine

Tienes perlas, diamantes, todo cuanto
vosotras anheláis;
tienes ojos hermosos cual ningunos:
dime, ¿qué quieres más?

Millares dediqué de dulces versos,
que nunca morirán,
a tus ojos, hermosos cual ningunos:
dime, ¿qué quieres más?

Y esos ojos hermosos cual ningunos,
pagáronme tan mal,
que a tus plantas exánime fallezco:
dime, ¿qué quieres más?

Vigilia de José Zorrilla

misterio de los suenos
«Misterios del alma son.»
Moreto.


Pasad, fantasmas de la noche umbría,
De negros sueños multitud liviana,
Que columpiados en la niebla fría,
Fugitivos llamáis a mi ventana.

Pasad y no llaméis. Dejadme al menos
Que en la nocturna soledad dormido,
Los lentos días de amargura llenos
Calme, y repose en momentáneo olvido.

Pasad y no llaméis. La sombra oscura
Vuestro contorno sin color me vela;
Ni sé quién sois, ni vuestra faz impura
El más leve recuerdo me revela.

Mil veces al oír vuestros gemidos
Mis ventanas abrí por consolaros,
Os busqué en las tinieblas, ¡y erais idos!...
¿A qué llamar si nunca he de encontraros?

Id a turbar el sueño indiferente
Del que entre plumas sin afán reposa,
Del que la vida en su risueña mente
Ve placentera y celestial y hermosa.

Y si venís con rostros halagüeños,
Mensajeros de rápidos placeres,
Avaras hallaréis de vuestros sueños
Por doquiera bellísimas mujeres.

Llamad donde a la lumbre vacilante
De alguna tibia y oportuna estrella
Puedan al fin gozaros un instante,
Y ver un punto vuestra blanca huella.

No a mí, que en vano por la sombra tiendo
Los turbios ojos, me invoquéis perdidos;
No a mí, que acudo, vuestra voz oyendo
Y al registrar la sombra, ya sois idos.

No a mí, que presa de secretos males,
Tal vez la triste soledad me inspira
Tiernas endechas y amorosos vales
Que ensayo a solas en mi pobre lira.

No a mí, que al son de vuestras vagas voces
Siento otra voz que me repito insana
Dentro del corazón esos veloces,
Ecos que murmuráis a mi ventana.

¡Ah! Yo os respondo y suspiráis pasando
Sin que baste a entender vuestro suspiro;
Os llamo a mí, y os alejáis volando,
Gemís si duermo, y os veláis si os miro.

Si a vuestras tristes misteriosas quejas
Mis rejas abro y vuestro bien deseo,
Sólo a través de mis macizas rejas
Cruzar las nubes en silencio veo.

¡Oh de la noche incomprensibles ruidos!
Ayes que hervís en la tiniebla oscura....
¿Quién sois? ¿Dó vais? ¿De dónde sois venidos?
¿Qué voz ajena en vuestra voz murmura?

¿Sois el rumor del agitado viento,
Los ayes de las almas sin reposo,
o la voz del tenaz remordimiento,
Del descanso enemigo y envidioso?

Quienquiera que seáis, almas o nieblas,
Pasad, y en vuestra confusión liviana
Seguid vuestro camino en las tinieblas
Y no llaméis jamás a mi ventana.

Porque es triste ¡muy triste! un aposento
Donde a la luz de lámpara que expira
Se oye el crujir del tumultuoso viento
Que fuera en torno de las torres gira.

Es triste, sí, muy triste y muy medroso,
Velar sobre un volumen carcomido,
La frente ardiendo, el alentar penoso,
Las llamaradas aumentando el ruido;

Viendo las letras en las turbias hojas
A su dudosa vibración mezclarse,
Negras, azules, amarillas, rojas,
A la afanosa comprensión negarse.

Y leer en vez de religiosas voces
de amorosa y métrica armonía,
Cifras que borran, cifras más veloces,
De sentido infernal, de raza impía.

Pasad, fantasmas de la noche oscura,
Quienquiera que seáis, almas o nieblas;
Pasad, y en mis vigilias de amargura
No llaméis a mi reja en las tinieblas.

No llaméis, que enemigo de la sombra,
Odia el cantor vuestra armonía vana;
Dejad al trovador a quien asombra
El oiros llamar a su ventana.

¡Pasad, sombras sin cuerpos, aires vanos,
Pobres de luz, de voz desconocida,
Esquivos a los ojos y las manos,
Extraños a la fe de nuestra vida!

Pasad, y no turbéis de mi sosiego
La dulce calma o la nocturna vela:
No creo en vuestro ser; pasad os ruego,
Seguid al aire que os arrastra y vuela.

¿Pensáis que a esos aúllos y suspiros
Con que llenáis la oscuridad tranquila,
Como a silbos de brujas o vampiros
Mi amedrentado corazón vacila?

¿Pensáis ¡oh! que por miedo de escucharos,
Con voz pujante entonaré canciones,
Y al arpa acudiré para ahuyentaros
Con dulces trovas de amorosos sones?

¡Mentís, abortos de la sombra vana!
Yo sé bien que si fuerais más que viento,
Holgarais en montón en mi ventana
Al blando son de mi amoroso acento.

Mentís, hijos del aire y de las nieblas,
Mentís: yo tengo sin cesar conmigo
Un talismán que alumbra las tinieblas
Del desdichado protector y amigo.

Mirad cuál radia en mi tugurio estrecho
La limpia luz de la esperanza mía;
Mirad cuál vela en mi desierto lecho
Con su cariño maternal MARÍA.

Todas las noches mi dolor la implora,
Y amiga de mi llanto solitario,
Todas las noches mis engaños llora
Con el raudal que reventó el Calvario.

Pasad, remordimientos tentadores:
Ya sé quién gime mi falaz desvío,
Ya sé quién riega las marchitas flores
Con tierno llanto, del recuerdo mío.

¡Ya sé quién «hijo» en soledad me llama,
E «hijo» a su voz la soledad responde!.....
¡Ah! Cuanto más tras la ovejuela clama,
Más a sus quejas y a su afán se esconde.

Tierna, amorosa, celestial MARÍA,
Rosa inmortal del Gólgota sangriento,
Faro infalible que mi rumbo guía
Entre la furia de la mar y el viento;

Líbrame de esos ecos misteriosos
Que me atormentan en la sombra vana,
Aleja esos fantasmas vaporosos
Que vienen a llamar a mi ventana.

¡Y tú, perdida y bella,
Fugaz y última estrella
Que viertes a deshora
Delante de la aurora
Con perezosa huella
Dudoso resplandor!
¡Oh! ¡Tráeme la hermosura,
La calma y la frescura
Del alba transparente,
Que este tropel ahuyente
Con que la sombra oscura
Me cerca en derredor!

Ven, estrella matutina,
Y a tu blanca y argentina
Silenciosa aparición,
Huirá de mi ventana
Esa confusión liviana
Que despierta mi aflicción

¡Lámpara de consuelo
A cuya lumbre velo,
Que escuchas solitaria
Mi tímida plegaria,
Si acaso llega al cielo
Mi súplica mortal!
Tráeme la luz del día
Que calme la agonía
De esos remordimientos
Que bogan turbulentos
Sobre la niebla umbría
En ilusión fatal.

Ven, estrella matutina,
Y tu blanca y argentina
Silenciosa aparición,
Ahuyente de mi ventana
Esa infernal caravana
Que huella mi corazón.

Recuerdos son dañinos
Que cruzan peregrinos
El arenal desierto
Del corazón incierto,
Buscándole caminos
Que acaso no hay en él.
Que nunca ven tranquilo
Recóndito un asilo,
Y que jamás se amansan,
Y que jamás descansan,
Corrientes que hilo a hilo
Desbordan su nivel.

Ven, estrella matutina,
Y a tu blanca y argentina
Luminosa aparición,
Huyan las sombras livianas
Que llaman a las ventanas
De mi triste corazón.

Dejadme, negros sueños,
De aterradores ceños,
De fuerza irresistible,
Ya sé que es imposible
Vencer vuestros empeños.....
Ya vuestro nombre sé.
Dejadme que respire,
Que viva y que delire;
Pues mis errores lloro,
Dejadme, yo os imploro
¡Dejad que en paz suspire
Lo que insensato holló!

Ven, estrella matutina,
Y a tu blanca y argentina
Silenciosa aparición,
Huyan las sombras livianas
Que llaman a las ventanas
De mi triste corazón.

Gloria y orgullo de José Zorrilla

¡Lejos de mí, placeres de la tierra,
Fábulas sin color, sombra, ni nombre,
A quien un nicho miserable encierra
Cuando el aura vital falta en el hombre!

¿Qué es el placer, la vida y la fortuna,
Sin un sueño de gloria y de esperanza?
Una carrera larga e importuna,
Más fatigosa cuanto más se avanza.

Regalo de indolentes sibaritas,
Que velas el harén de las mujeres,
Opio letal que el sueño facilitas
Al ebrio de raquíticos placeres.

Lejos de mí. No basta a mi reposo
El rumor de una fuente que Murmura,
La sombra de un moral verde y pomposo,
Ni de un castillo la quietud segura.

No basta a mi placer la inmensa copa
Del báquico festín, libre y sonoro,
De esclavos viles la menguada tropa,
Sin las llaves de espléndido tesoro.

De un Dios hechura, como Dios concibo;
Tengo aliento de estirpe soberana:
Por llegar a gigante, enano vivo:
No sé ser hoy y perecer mañana.

Yo no acierto a decir «la vida es bella»,
Y descender estúpido al olvido;
Amo la vida porque sé por ella
Al alcázar trepar donde he nacido.

De esa inmensa pasión que llaman gloria
Brota en mi corazón ardiente llama,
Luz de mi ser me abrasa la memoria,
Voz de mi ser inextinguible clama.

Gloria, ilusión magnífica y suprema,
Ambición de los grandes en quien quiso
Velar Dios esa mística diadema
Que nos dará derecho al Paraíso,

Nada es sin ti la despreciable vida,
Nada hay sin ti ni dulce ni halagüeño;
Sólo en aquesta soledad perdida
La sombra del laurel concilia el sueño.

Sólo al murmullo de la excelsa palma
Que el noble orgullo con su aliento agita,
En blando insomnio se adormece el alma,
Y en su mismo dormir crea y medita.

Zeusis, Apeles, Píndaro y Homero,
Bajo ese verde pabellón soñaron;
César, Napoleón y Atila fiero,
Bajo ese pabellón se despertaron.

Por ti el delirio del honor se adora,
Por ti el hinchado mar hiende el marino,
Por ti en su gruta el penitente llora,
Y empuña su bordón el peregrino.

Por ti el soldado se vendió a sus reyes,
Y lidia agora con porfía insana,
No por esas que ignora pobres leyes,
Por comprar una lágrima mañana.

Por ti le canta el orgulloso amante
Dulces trovas de amor a una querida
Porque tal vez un venturoso instante
Tenga en su canto prolongada vida,

Por ti del negro túmulo en la piedra
Ambicioso el mortal graba su nombre,
Porque tal vez entre la tosca hiedra
Otro día al pasar le lea un hombre.

Por ti acaso el cansado centinela
Que incendió una ciudad en la batalla,
Su cifra indiferente o mientras vela,
Pinta con un tizón en la muralla.

El polvo en que hubo sus cabañas Roma,
Por ti con templos y palacios pisa;
Por ti su gesto satisfecho asoma
Tras su inmenso sarcófago Artemisa.

Por ti vencida se incendió a Corinto,
Por ti la sangre en Maratón se orea,
Por ti una noche con aliento extinto,
Tumba Leonidas demandó a Platea.

Por ti trofeos el cincel aborta,
Y álzanse torres con tenaz porfía;
Porque es la vida deleznable y corta,
Y todos quieren prolongarla un día.

Por eso velo con la noche obscura
Sobre un volumen carcomido y roto,
Y un mañana me sueño de ventura,
Y otra existencia en porvenir remoto.

Por eso en mis estériles canciones
El blando son del agua me adormece,
Y entre pardos y errantes nubarrones,
De la noche el fanal se desvanece.

Oigo en mi canto el lánguido murmullo
Del aura que los árboles menea,
De la tórtola triste el ronco arrullo,
Y la sonora lluvia que gotea.

Veo las sacrosantas catedrales,
Los antiguos y góticos castillos,
Y el granizo se estrella en sus cristales,
O azota sus escombros amarillos.

¡Oh! Si sentís esa ilusión tranquila,
Si creéis que en mis cánticos murmura
Ya el aura que en los árboles vacila,
Ya el mar que ruge en la tormenta obscura;

Si al son gozáis de mi canción, que miente
Ya el bronco empuje del errante trueno,
Ya el blando ruido de la mansa fuente
Lamiendo el césped que la cerca ameno;

Si cuando llamo a las cerradas rejas
De una hermosura, a cuyos pies suspiro,
Sentís tal vez mis amorosas quejas,
Y os sonreís cuando de amor deliro;

Si cuando en negra aparición nocturna
La raza evoco que en las tumbas mora,
Os estremece en la entreabierta urna
Respondiendo el espíritu a deshora;
Si lloráis cuando en cántico doliente,
Hijo extraviado, ante mi madre lloro,
O al cruzar por el templo reverente,
La voz escucho del solemne coro;

Si alcanzáis en mi pálida mejilla,
Cuando os entono lastimosa endecha,
Una perdida lágrima que brilla
Al brotar en mis parpados deshecha;

Todo es una ilusión, todo mentira,
Todo en mi mente delirante pasa,
No es esa la verdad que honda me inspira;
Que esa lágrima ardiente que me abrasa,

No me la arranca ni el temor ni el duelo,
No los recuerdos de olvidada historia:
¡Es un raudal que inunda de consuelo
Este sediento corazón de gloria!

¡Gloria! Madre feliz de la esperanza,
Mágica alcázar de dorados sueños,
Lago que ondula en eternal bonanza
Cercado de paisajes halagüeños,

¡Dame ilusiones! Dame una armonía
Que arrulle el corazón con el oído,
Para que viva la memoria mía
Cuando yo duerma en eternal olvido.

¡Lejos de mí, deleites de la tierra,
Fábulas sin color, forma, ni nombre,
A quién un nicho miserable encierra
Cuando el aura vital falta en el hombre!

¡Gloria, esperanza, sin cesar conmigo
Templo en mi corazón alzaros quiero,
Que no importa vivir como el mendigo
Por morir como Píndaro y Homero!

Pereza de José Zorrilla

¡Cuán descansadamente,
Lejos del vano mundo, se reposa
A la orilla de límpida corriente
O de un moral bajo la sombra hojosa!

En el césped mullido,
Sin luz los ojos, sin vigor los brazos,
De la tranquila soledad el ruido
Se pierde por la atmósfera a pedazos.

El ánima descansa
De la ciega pasión y su braveza,
Y el cuerpo, presa de indolencia mansa,
Se goza en su pacífica pereza.

Entonces, no el tesoro
Ni la sed del placer el alma aviva;
El más rico licor, en copa de oro,
Entonces se desprecia y no se liba.

La mente no se inquieta
Por pensamientos de dolor cercada:
Que a su honda languidez yace sujeta,
Y a su propia impotencia encadenada.

Sin luz el ojo vago,
Sin un sonido sobre el labio abierto,
Pasa la vida cual por hondo lago
De incierta luz el resplandor incierto.

Así vuelan las horas,
Y así pasan pacíficas y bellas,
Cual las aves del viento voladoras,
Cual la cobarde luz de las estrellas?.

Así el pesar se aduerme,
Y al grato son de una aura que murmura,
Tal vez se goza del reposo inerme
Que confunde el pesar con la ventura.

Así mis horas quiero
Que pasen sin valor y sin fortuna,
Ya al manso son del céfiro ligero,
Ya al resplandor de la amarilla luna.

Ven, amorosa Elvira,
Ven a mis brazos, que de amor sediento,
El perezoso corazón suspira
Por ver tus ojos, por beber tu aliento.

Ven, adorado dueño,
Sepa que estás, en mi descanso inerte,
Cercado mí para velar mi sueño;
Cerca, hermosa, de mí cuando despierte.

Yo, en la hierba tendido,
En la sombra de un álamo frondoso,
Entreveré, con ojo adormecido,
Cuál velas mi descanso silencioso.

El sol, a lento paso,
Hundió en el mar su faz esplendorosa,
Marcando su camino en el ocaso
Vivo arrebol de púrpura y de rosa,

El agua, mansamente,
Con monótono arrullo le despide;
Y arrastrando sus ondas lentamente,
El ancho espacio de sus ondas mide.

Sólo queda en la tierra
El vapor del crepúsculo dudoso,
Y el vago aroma que la flor encierra,
Se esparce por el aire vagaroso.

Y las fuentes corriendo,
Y las brisas volando, se estremecen,
Y su soplo en los árboles creciendo,
A su soplo los árboles se mecen.

Trémulas van las olas
Bajo sus alas mansas y ligeras,
Reflejando las sueltas banderolas
De las naves que el mar surcan veleras.

Y la luna argentina,
La bóveda al cruzar del firmamento,
La inmensidad del Bósforo ilumina,
Color prestando al invisible viento.

Y al son del mar vecino,
Y al murmullo del viento caluroso,
Y al reflejo del éter cristalino,
Se aduerme el cuerpo en lánguido reposo

En la quietud amiga
De la callada noche macilenta,
Hasta la misma languidez fatiga,
Y el ánima se rinde soñolienta.

¡Oh! Bien haya el estío
Con su tranquila y bochornosa calma,
Que roba al corazón su ardiente brío
Y en blanda inercia nos aduerme el alma

Ya de ese insomnio presa,
Me faltan voluntad y pensamiento,
Y hasta mi cuerpo sin valor me pesa,
Y el son me cansa de mi propio aliento.

Dadme deleites, dadme;
Henchidme de placeres los sentidos;
Venid, eunucos, y al harén llevadme
En vuestros brazos, al placer vendidos.

Abridme esas ventanas,
Dadme a beber el aura de la noche
Y a saborear las ráfagas livianas
Que a la flor rasgan su aromado broche.

Quiero al son de las olas
Secar un corazón en solo un beso;
Traedme mis esclavas españolas,
Que el mío tienen en sus ojos preso.

Venid, venid, hermosas,
Divertidme con danzas y canciones;
Venid en lechos de fragantes rosas,
Venid, blancas y espléndidas visiones,

Quemad en mis pebetes
Cuanto aroma encontréis en mi palacio,
Y respiren sus anchos gabinetes
Ámbar opreso en reducido espacio.

Ven, voluptuosa Elvira,
Trénzame con tu mano mis cabellos;
Y tú, Inés, por quien Málaga suspira,
Nardo derrama y azahar en ellos.

Traedme a esos esclavos
Que aportan mis bajeles viento en popa;
Presa que hicieron mis piratas bravos
En un rincón de la dormida Europa.

Vengan a mi presencia,
Y al son de sus extraños instrumentos
Sirvan a mi poder y a mi opulencia,
Si no con su canción, con sus lamentos.

Dadme deleites, dadme;
Cúbreme, Elvira, con tu chal de espumas,
Y las tostadas sienes refrescadme
Con abanicos de rizadas plumas.

Suene en mi torpe oído
Su suave son como murmullo blando
De arroyo que a la mar baja perdido,
De peña en peña juguetón rodando;
Cual tórtola que llama,
Con lento arrullo que en el viento pierde,
La descarriada tórtola a quien ama,
De árbol sombrío en el columpio verde.

Danzad mientras reposo,
Cantad en derredor mientras descanso,
Y no sienta en mi sueño voluptuoso
Más que murmullo lisonjero y manso.

Cadena de José Zorrilla

boton de rosa
I
Nace la rosa, y su botón despliega
Orlada en torno de punzante espina,
Y sobre el agua que los pies la riega,
Fresca se inclina.

Más altanera cuanto más hermosa,
Su imagen mira en el tranquilo espejo,
Y el sol, del agua sobre el haz dudosa,
Pinta el reflejo.

El aura errante que al pasar murmura,
El dulce aroma de su cáliz bebe;
La sorda abeja que su esencia apura,
Néctar la debe.

Reina del huerto y de la selva gala,
Del césped brilla sobre el verde manto;
Libre a su sombra, el colorín exhala
Rústico canto.

No hay flor más bella.... Mas ¿a qué su orgullo,
Si el cierzo helado su botón despoja,
Y el agua arrastra su infeliz capullo
Hoja tras hoja?


II
Huye la fuente al manantial ingrata,
El verde musgo en derredor lamiendo,
Y el agua limpia en su cristal retrata
Cuanto va viendo.

El césped mece y las arenas moja,
Do mil caprichos al pasar dibuja,
Y ola tras ola murmurando arroja,
Riza y empuja.

Lecho mullido la presenta el valle,
Fresco abanico el abedul pomposo,
Cañas y juncos retirada calle,
Sombra y reposo.

Brota en la altura la fecunda fuente:
Y ¿a qué su empeño, si al bajar la cuesta
Halla del río en el raudal rugiente
Tumba funesta?


III
Lánzase el río en el desierto mudo,
La orilla orlando de revuelta espuma,
Y al eco evoca, cuyo acento rudo
Hierve en su bruma.

Su imagen ciñe pabellón espeso
De áspera zarza y poderoso pino,
Y entre las rocas divididas preso,
Busca camino.

Lecho sombrío, el rústico ramaje
Que riega en torno, misterioso ofrece;
Y el pardo lobo y el chacal salvaje,
Dél se guarece..

La tribu errante, el viajador perdido,
La sed apaga en su raudal corriente,
Y el arco cierra que sobre él partido
Cuelga del puente.

Mas ¿qué la sombra, el ruido y el perfume
Valen del cauce que recorre extenso,
Si el mar le cava, cuando en él se sume,
Túmulo inmenso?


IV
¡El mar, el mar! Remedo tenebroso
De la insondable eternidad, espera
De la trompa final el son medroso
Para romper hambriento su barrera.

Abismo cuyos senos insaciables
Jamás encuentra su avaricia llenos;
De misterios conserva inmensurables
Siempre preñados sus gigantes senos.

¡Eso es el mar! Gemelo de la nada,
Cinto que el globo por doquier rodea,
Centinela fatal, que encadenada,
La tierra guarda que sorber desea..

¡El mar! Como él, hondísimo y obscuro
El misterioso porvenir se extiende,
Y tras su negro impenetrable muro,
Nada, mezquina, la razón comprende.

El cerco de un sepulcro es su portada;
Tras él, se baja un escalón de tierra;
Pasado el escalón, la puerta hollada
Se abre, sorbe la víctima y se cierra.

Y allá van sin cesar, conforme nacen,
A morir uno y otro pensamiento;
Brotan unos donde otros se deshacen,
Bullen, caen y se hunden al momento.


V
Rosas la fa ente en la montaña brota,
Sécanse, caen y bajan con la fuente
Al río, que se va gota tras gota
Al hondo mar, que sorbe su corriente.

En un álbum de José Zorrilla

No sé si por el valle de la vida
Cruzaré, fatigado peregrino,
Acabando cual flor que consumida,
Se seca entre los brezos de un camino.

No sé si en pos de inspiración ardiente,
Rico y sediento el corazón de gloria,
Lo cruzaré cual rápido torrente,
Rastro dejando de inmortal memoria.

Mas ya ruede cual hoja que arrebata
Sonante y revoltoso torbellino,
Ya baje como excelsa catarata,
Ufano con mi espléndido destino,

Cuando al borde de tumba solitaria
Desparrame mis pobres pensamientos,
De mustias flores muchedumbre varia,
Secas entre mis últimos alientos,

Fiad, señora, que en tan triste lecho,
Siempre leal y generoso amigo,
Al ocupar mi cabezal estrecho,
Vuestra memoria dormirá conmigo.

Misterio de José Zorrilla

mujer misteriosa
Misterio

A mi amigo D. Antonio García Gutiérrez.

¡Ay! Aparta, falaz pensamiento,
Que eterno en el alma bulléndome estás,
Falsa luz que al impulso del viento,
En vez de guiarme perdiéndome vas.

Tras de ti por las sombras camino,
Ni noche ni día descanso tras ti;
Es seguirte tal vez mi destino,
Y acaso es el tuyo guardarte de mí.

Misteriosa visión de mi vida,
Más vaga que el caos en forma y color,
Te comprendo en mí mismo perdida,
Cual sueño penoso, cual sombra de amor.

Ya tu blanda amorosa sonrisa
Me presta esperanza, me aviva la fe;
Cual flor eres que aroma la brisa
Y en seco desierto olvidada se ve

Ya tu imagen sombría y medrosa
Me ciega y me arrastra en su curso veloz,
Como nube que rueda espantosa
En brazos del viento al compás de su voz.

Ya cual ángel de paz te contemplo,
Y ya cual fantasma sangrienta y tenaz;
En el valle, en la roca, en el templo,
Te alcanzo a lo lejos hermosa y fugaz.

Por doquiera te encuentran mis ojos;
No miro ni tengo más rumbo doquier,
Ya te muestres preñada de enojos,
Fantasma enemiga o risueña mujer.

Yo no sé de tu esencia el misterio,
Tu nombre y tu vago destino no sé,
Ni cuál es tu ignorado hemisferio,
Ni adónde perdido siguiéndote irá.

Mas no encuentro otro fin a mi vida,
Más paz, ni reposo, ni gloria que tú,
Que en el cóncavo espacio perdida,
Tu alcázar es su ancho dosel de tisú.

Por su rica región las estrellas
A veces brillante camino te dan,
Y otras veces tus místicas huellas
Por mares de sombras perdiéndose van.

Una brisa en las ramas sonando,
Que dice tu nombre imagino tal vez,
Y un relámpago raudo pasando,
Tu forma me muestra en fatal rapidez.

Yo, postrado al mirarte de hinojos,
Doquier que apareces levanto un altar,
Y arrasados en llanto los ojos,
Tal vez insensato te voy a adorar.

Mas al ir a empezar mi conjuro,
Mi torpe blasfemia o mi casta oración,
El Oriente en su cóncavo impuro.
Me sorbe irritado mi blanca visión.

Y tu imagen me queda en la mente
Informe, insensible, cual bulto sin luz
Que se crea el temor de un demente,
De lóbrega noche entre el negro capuz.

Sueño, estrella o espectro, ¿quién eres?
¿Qué buscas, fantasma, qué quieres de mí?
¿No hay sin ti ni dolor ni placeres?
¿No hay lecho, ni tumba, ni mundo sin ti?

¿No hay un hueco do esconda mi frente?
¿No hay venda que pueda mis ojos cegar?
¿No hay beleño que aduerma mi mente,
Que hierve encerrada de sombra en un mar?....

¡Oh! Si gozas de voz y de vida,
Si tienes un cuerpo palpable y real,
Deja al menos, fantasma querida,
Que goce un instante tu vista inmortal.

Dame al menos un sí de esperanza,
Alguna sonrisa, fugaz serafín,
Con que espere algún día bonanza
El golfo del alma que bulle sin fin.

Mas si es sólo ilusión peregrina
Que el ánima ardiente soñando creó,
¡Ay! deshaz esa sombra divina
Que viene conmigo doquier que voy yo.

Sí, deshazla, que en vano la miro
En torno a mis ojos errante vagar,
Si cual débil y triste suspiro
Se pierde en los vientos al irla a abrazar.

Sí, deshazla, que torpe mi mano,
Su mano en la sombra jamás encontró,
Ni el más flébil lamento liviano,
Avaro en mi oído su labio posó.

Muere al fin, ¡oh visión de mi vida!
Más vaga que el caos en forma o color,
A quien siento en mí mismo perdida,
Cual sueño penoso, cual sombra de amor.

Mas ¿qué fuera del triste peregrino
Que cruzando sediento el arenal
No encontrara jamás en su camino
Mansa sombra ni fresco manantial?

De esta vida en la noche tormentosa,
¿Qué rumbo ni qué término seguir?
Sin tu vaga presencia misteriosa,
Sin tu blanca ilusión, ¿cómo vivir?

Abriéranse mis ojos a mirarte,
Mis oídos tus pasos a escuchar,
Y al fin, desesperados de encontrarte,
Tornáranse en tinieblas a cerrar.

Despertara en la noche solitaria
De tus palabras al fingido son,
Y sólo respondiera a mi plegaria
El latido del triste corazón.

¡Sombra querida, sin cesar conmigo
Mis lentas horas hechizando ven,
Y el desierto arenal será contigo,
Huerto frondoso y perfumado Edén!

No expires, misterioso pensamiento
Que dentro oculto de mi mente vas,
Aunque no alcance el corazón sediento
Tu tanta esencia a comprender jamás.

No sepa nunca tu verdad dudosa;
Vélame, si lo quieres, tu razón;
Disípate a lo lejos vagarosa,
Mas sé siempre mi cándida ilusión.

Al fin sabré que junto a ti respiro,
Que estás velando junto a mí sabré,
Y que aun brilla oscilando en lento giro
La consumida antorcha de mi fe.

¿Qué me importa tu esencia ni tu nombre,
Genio hermoso, o quimérica ilusión,
Si en esta soledad, cárcel del hombre,
Dentro de ti te guarda el corazón?

¿Qué me importa jamás saber quién eres,
Astro de cuya luz gozando voy,
Término de mi afán y mis placeres,
Dios que sin fin idolatrando estoy?

Quienquier que seas, vano pensamiento,
Mujer hermosa que soñando vi,
O recuerdo o tenaz remordimiento,
Ni un solo instante viviré sin ti.

Si eres recuerdo endulzarás mi vida,
Si eres remordimiento te ahogaré,
Si eres visión te seguiré perdida,
Si eres una mujer yo te amaré.

Composición de José Zorrilla

Composición
Leída por los actores en el teatro del Príncipe en los días 6 de Septiembre y 11 de Octubre de 1839
de José Zorrilla



Hermanos como españoles.
Hartas ¡oh patria! lágrimas corrieron,
De sangre fraternal hartos arroyos,
De hartos valientes el sepulcro fueron
Charcas extensas y profundos hoyos.

Hoy, que calmada la sangrienta lucha
Tremolan a la par ambas banderas,
Blando, suspiro en derredor se escucha,
Corren de paz las lágrimas primeras.

Con ellas, sí, los párpados preñados,
Ha largo tiempo reventar querían,
Mas en la lid los ojos ocupados,
A vista de la sangre no podían.

Himnos de triunfo y de placer alcemos,
Y ya amigos y libres ciudadanos,
La sangre de esas lizas olvidemos
Que quema el corazón, mancha las manos.

Libres como españoles.
Libres también como nosotros eran;
No más su mengua tolerar pudieron,
Y helos aquí que con orgullo esperan
Bajo la enseña a que contrarios fueron.

Tended los brazos, de matar dolidos,
Libres tended las callecidas manos,
Que no hallaréis traidores escondidos
Tras el disfraz de libres y de hermanos.

Aquí está el trono que amparar debemos,
Aquí la Patria y Religión y Leyes;
Que aquí igualmente repartir sabemos
Libertad a los pueblos y a los reyes.

Generosos como españoles.
No hay más que un pabellón y una bandera;
Un sol alumbra, un ídolo se adora;
La frente ante él humillan altanera
Ambas huestes, vencida y vencedora.

De ambas la sangre en la montaña humea,
Tumba a entrambas común dio la montaña,
De ambas la sangre con honor se orea,
Que a ambas dio sangre la orgullosa España.

Ambas al fin de libertad reciben
Sin mengua ni mancilla el blando yugo,
Ambas con leyes fraternales viven,
Y donde no hay traición sobra el verdugo.

Venid, hermanos; a la par nacimos,
Al par dejamos la contienda fiera:
¿Queréis más? Olvidamos que vencimos;
No hay más que un pabellón y una bandera.

Aquella antigua raza de valientes
Cuyo brío español sembró el espanto
Por medio de las huestes insolentes
Que atropelló en Clavijo y en Lepanto;

Los que a Roma absoluta dieron leyes,
Los que sus velas por la mar tendieron
Dando a otro mundo religión y reyes
Hijos de España y nuestros padres fueron.

Si sujetos a error, como nacidos,
En contienda civil se desgarraron,
Ellos solos en bandos divididos,
Después que se batieron, se abrazaron.

Hijos de España y con valor nacimos;
Por arreglar nuestras contiendas fieras,
Harto como valientes combatimos;
Pleguemos de una vez nuestras banderas.

A ello nos brindan con tranquila sombra
De nuestras flores las silvestres calles,
De nuestras mieses la pajiza alfombra,
Y el verde pabellón de nuestros valles.

Que vale más gozar en la pobreza
Paz que a fuerza de sangre nos compremos,
Que a otro pedir con criminal pereza
La libertad que conquistar podemos.

¡Si, ciudadanos, raza de valientes
Cuyo brío español sembró el espanto
Por medio de las huestes insolentes
Que huyeron en Clavijo y en Lepanto,

No olvidéis que por premio merecido
Esos extraños, de la paz carcoma,
Querrán lo que salvar hemos podido
De las garras hipócritas de Roma!

No más de sangre bajarán teñidas
Los manantiales que la cumbre brota,
A contar a los pueblos afligidos
En cada infausto triunfo una derrota.

No más luchando con el rudo viento,
De cuervos roncos agorero bando,
Vendrá a mecerse donde el son violento
Del cóncavo cañón le esté llamando

No más al rayo de amarilla luna
Vagarán por la noche en la montaña
Las sombras de los héroes sin fortuna
Que gloria piden y sepulcro a España.

La gloria y el sepulcro que no hallaron
Cuando la vida por su patria dieron;
La gloria y el sepulcro que compraron
Cuando a los pies de su pendón cayeron.

¡Víctimas santas! ¡Sombras doloridas
Que insepultas dormís en la llanura,
Ya a través dejan ver vuestras heridas
Un sol de libertad y de ventura!

Ya podéis sin temor a la vergüenza
Alzar los ojos del sangriento caos;
No queda ya quien huya ni quien venza;
¡Fantasmas de los héroes, levantaos!

No receléis que al levantar la frente,
Tras rota peña o desplomado muro
Quede algún campesino irreverente
Que os aseste traidor plomo seguro.

Alzaos, sí; la paz de que gozamos,
Nosotros solamente nos la dimos,
No de extranjera grey la mendigamos,
Que a nadie juez de nuestra gloria hicimos.

Nuestra es la sangre que en la lid se orea,
Nuestra es la santa ley que obedecemos;
Grande o mezquina nuestra gloria sea,
Obra fue nuestra, y nuestra la queremos.

¡Atrás las lises de la intrusa Francia!
¡Atrás los mercaderes de Inglaterra!
Mientras valor nos quede y arrogancia,
No ha de faltarnos libertad ni tierra.

A la luna de José Zorrilla

luna nocturna
A la luna

Bendita mil veces la luz desmayada
Que avaro te presta magnífico el sol;
Bendita mil veces ¡oh luna callada!
Tu luz, que no enturbia dudoso arrebol.

En buen hora vengas, viajera nocturna,
Que el mundo en silencio visitando vas,
Esposa que viene constante a la urna
Que guarda los restos del bien que amó más.

En buen hora vengas, amante Lucina,
En pos de tu bello dormido Endimión,
Celosa asomando la faz argentina
Por ese estrellado y azul pabellón.

¡Oh! Miente quien dice que velas traidora
Cubriendo del crimen el réprobo afán,
Que aguardan inquietos tu luz bienhechora
Los que al sol fraguando delitos están.

No, no eres ¡oh, luna! la lámpara opaca
Que trémula vierte siniestra su luz
En bóveda impura do nunca se aplaca
El alma a quien prensa su losa y su cruz.

No, no eres la tea que alumbra maldita
Las manchas de sangre de regio panteón,
A cuyos reflejos soñando se agita,
Aun de ella sedienta, rabiosa visión.

No, no eres la hoguera del gran cementerio
Que guarda el del mando secreto final,
Que en esa morada de sangre y misterio
Sus ráfagas tiende la luz infernal.

No vienen contigo las voces medrosas
Que hierven y turban la sombra doquier,
No vienen contigo las nieblas odiosas
Que doblan el ruido y nos roban el ver.

No vienen contigo los vagos ensueños
Que acosan y hieren el ruin corazón,
Las torvas fantasmas de tétricos ceños
Que cruzan los aires en pos del turbión.

Tú vienes tranquila, fugaz, solitaria,
Cual blanca creencia de casta niñez,
Cual ángel que espía la triste plegaria
Que eleva al empíreo llorosa viudez.

Tú cruzas el limpio y azul firmamento,
Fanal de consuelo, de paz y de amor,
En alas de suave balsámico viento
Que arruga las aguas y maca la flor.

Y vienen contigo los sueños de plata,
Las lindas quimeras de antiguo placer,
Las sombras queridas que alegre retrata
La mente, olvidada del duelo de ayer.

Y vienen contigo las mágicas citas,
Los besos que expiran del labio al salir,
Las bellas historias de efímeras cuitas
Dichas a una reja que temen abrir.

Y vienen contigo los himnos errantes,
La seña embozada con una canción
Que, atrae a los ojos osados y amantes
Un rostro que aguarda la seña a un balcón.

Y vienen contigo las dulces memorias,
La audaz esperanza, la gloria inmortal,
Fantásticas luces que van ilusorias
Al soplo expirando de ráfaga real.

¡Ah, todo es consuelo, regalo y ventura,
Fanal misterioso delante de ti!
Suspiran las fuentes, el río murmura,
Aquí te gorjean, te arrullan allí.

Los juncos se mecen, los árboles suenan,
El bosque se puebla de sombras de paz,
Y el aire sonidos dulcísimos llenan
Que lleva invisible la brisa fugaz.

¡Luna! Cuántas veces tu luz ha alumbrado
Mi larga vigilia, mi breve ilusión;
¡Luna! Cuántas veces con ella ha sonado,
Perdida en el viento a mi triste canción.

Y aún cuantas veces allá todavía
En playas remotas tal vez sonará.
Entonces ¡oh luna! la cítara mía
¿Qué oído en sus ayes o risas tendrá?

Tal vez entre el recio menudo ramaje
Que ciñe del ancho desierto el lindal,
Responda a mis voces un ave salvaje
Huyendo a lo largo del seco arenal.

Tal vez a la orilla del mar tempestuoso
Tu pálida imagen por él seguiré;
Tal vez con las ondas del mar proceloso
Mis lágrimas turbias mezclarse veré.

Y acaso mis ojos, del agua que broten
Por entre el ardiente confuso cristal,
Verán, sin que nunca sus fuentes se agoten,
Huir por los cielos tu errante fanal.

¡Luna! Si esa noche de angustia llegara,
Si huyera esquivando mi pueblo español,
¡Luna, más valiera que el sol te prestara
Un rayo que apague mi gloria y mi sol!

Mas no, clara y celeste peregrina,
Luz de los bosques, de los tristes luz,
cuyos rayos el amor camina
E invoca al justo que murió en la cruz.

No, blanca reina de la turbia noche,
Amiga del cantar del trovador,
Tú que refrescas el modesto broche
Que a tu luz pliega la silvestre flor;

Tú me darás magníficos cantares,
Grandes como tu Dios y como tú,
Como esos que, del cielo luminares,
Orlan los pabellones de tisú.

Tú inspirarás a mi sonante lira
El fuego del profeta que lloró
El peligro de Pérgamo y Thyatira,
La rebelde impiedad de Jericó.

Tibia, modesta, fugitiva luna,
Cuya rápida y trémula ilusión
Pinta el mar y el arroyo y la laguna
En vistosa y flotante aparición;

De cuya imagen en redor tranquila,
Allá en bosques de conchas y coral,
De errantes peces multitud se apila
Que te besan tu imagen de cristal;

Tú, a quien un ángel invisible guía
Y millares de estrellas van en pos,
Tú me darás palabras de armonía
Con que cantar la gloria de tu Dios.

Lejos de mí los velos de esa Diana
Que del bosque en la obscura soledad,
En brazos de un mortal busca profana
Misterios de placer y liviandad.

Lejos de mí los cánticos impuros
De ese bello y perdido cazador
Que los valles audaz cerró seguros
Con barreras de fábulas de amor..

Yo te adoro, magnífica lumbrera,
Tan sólo por tu tibia brillantez,
Y no veo en tu espléndida carrera
Más que la mano del eterno Juez.

Surca ¡oh Luna! esos techos de topacio
Que él te señala por camino a ti,
Mientras que preso en reducido espacio,
Su voz espero cuando venga a mí.

A mí, que ingrato y prófugo poeta,
Creo en el Dios a cuyo soplo fue
Cuanto en la tierra y en la mar vegeta,
Cuanto no he visto ni jamás veré.

¡Ah! Cuando el mundo en su erial desierto
Me dé un lecho de tierra en que dormir,
Y vayan, presa del destino incierto,
Conmigo mis cantares a morir,

¡Oh Luna! si en mi túmulo no brilla
De humana gloria la extinguida luz,
Cuelga al menos tu lámpara amarilla
Sobra su rota y olvidada cruz.