Poema: Oración de Antonio Plaza

Poema: Oración de Antonio Plaza

(Para mi hija Albertina)

En la senda, Virgen Santa,
que con llanto humedecieron,
los seres que el ser me dieron,
imprimo mi tierna planta.
Luz que la gloria abrillanta,
Madre del Verbo hecho hombre,
haz que la zarza no alfombre,
mi camino, Virgen mía,
y que nunca pase un día
sin que bendiga tu nombre.

Antonio Plaza

Poema Otra vida de Antonio Plaza

Poema Otra vida de Antonio Plaza

Soneto

Es la vida un enjambre de ilusiones
en cuyo extremo están los desengaños,
pues plugo a Dios que el árbol de los años
produjeron terribles decepciones.

Brújula del mortal son las pasiones;
el hombre es germen de sus propios daños,
y embriagado con fútiles engaños
busca felicidad, tiene aflicciones.

La pobre humanidad llora perdida
su esperanza. Sintiéndose impotente,
en marasmo fatal cae rendida;

mas le dice una voz que nunca miente:
si es la tumba el ocaso de la vida,
de otra vida la tumba es el Oriente.

Poema de Antonio Plaza

Poema En la tumba de mi padre

Poema En la tumba de mi padre de Antonio Plaza

Soneto

Siempre al azar, como la suerte ordena,
vagaste por el páramo infecundo,
¡pobre rama que el noto furibundo
hizo rodar por la caliente arena!

Ninguno comprendió tu horrible pena
que nunca hablaste de tu mal profundo;
y fue tu adiós al asqueroso mundo
una sonrisa de desprecio llena.

También, padre, se acerca mi partida,
pronto en la nada marcharé a perderme;
y si es un sueño la mundana vida,

sin soñar en la tumba, duerme, duerme;
mientras tu hijo, lleno de quebranto,
tiene con risa que verter su llanto.

Soneto de Antonio Plaza

El niño de la nieve de Manuel del Palacio

Poema El niño de nieve de Manuel del Palacio

Cuento árabe

A Federico Balart.

I

Ya del Bósforo en las aguas
se iba la estela borrando
que abrió la velera nave
a la voz de «¡Larga el trapo!»
y aún de pie sobre la popa,
entre afligido y huraño,
un hombre de luenga barba
y de semblante atezado,
fija la vista en un punto
del horizonte lejano,
a merced del aire hacía
flotar su pañuelo blanco.
Desde torrecilla esbelta
de pintoresco palacio,
una mujer muy hermosa,
otro pañuelo agitando,
contestaba diligente
a la señal o al mandato;
mas con distracción tan grande
y con tan poco entusiasmo,
que remontar no vio al buque
por la punta del Serrallo,
y halló, al volver la mirada,
desierto y mudo el espacio.
-¡Por fin!-tras hondo suspiro
exclamó-: ¡Qué adiós tan largo!
Y sentándose en el muro,
y cruzándose de brazos,
fijó en el sereno cielo
sus negros ojos rasgados.

Cinco o seis años hacía
que Yusuf, el africano,
aunque por la edad pudiese
pretender amor más casto,
era esposo de Ned-Yuma,
a quien conoció en Damasco,
y que de mísera esclava
logró llegar a tan alto,
ya que por él la rodean
la opulencia y el regalo,
pues no hay mercader más rico
que Yusuf en todo el barrio.
Como él opulento, es ella
hermosa, y aun sin agravio,
puestas belleza y fortuna
en comparación, acaso
Ned-Yuma inclinar podría
la balanza de su lado.
Pisaron sus pies apenas
las rosas de veinte mayos,
y el ángel de los amores
trazó de su pecho el arco.
Son sus mejillas jazmines,
granada abierta sus labios,
de antílope su garganta
y de gacela su paso.
Túnica de mil colores
ciñe su cuerpo gallardo,
que sujeta a la cintura
farja de ricos bordados,
y en los hombros y en el seno
luce, al par que sus encantos,
ligero schambar de gasa
y majzan de fino paño
con broche de plata y oro
y jalek que lanzan rayos.
No cubre su rostro el velo,
ni de la sarma debajo
tiene la oscura melena,
que acaricia el viento vago,
pero sí lleva, cual suelen
las mujeres de su rango,
ajorcas de filigrana
y cintillos con topacios.
Iba cayendo la tarde,
y absorta ante el espectáculo
que en su crepúsculo ofrecen
las almas, como los astros,
aún Ned-Yuma proseguía
mar y cielo contemplando.
Por fin movió la cabeza,
en pie se puso de un salto,
y «Sta-fer-al-lah» diciendo,
ni muy fuerte ni muy claro,
la escalera de la torre
comenzó a bajar despacio.


II

Sola se encuentra Ned-Yuma
en su camarín dorado
con el g'adyar recogido
y abierto el jaique de raso.
Tiene delante una carta
que dos veces leyó en alto
y arrojó después al suelo
doblándola con sarcasmo,
y cerrada todavía
otra conserva en la mano
que exhala dulce perfume,
como a madera de sándalo.
De Yusuf es la primera,
y dice en menudos rasgos:
«Tres semanas llevo ausente,
y aun que no muy de mi grado,
que estaré fuera te anuncio
mucho tiempo... no sé cuánto.
Mis intereses reclaman
afán que no les consagro;
tengo géneros pedidos
en mis bazares intactos,
y el oro en las alcancías
es como el agua en los charcos.
Así que recibas ésta
haz llamar, pues yo lo mando,
a Hasán, a quien ya conoces,
mi cajero y asociado,
el cual correrá con todo,
rentas, préstamos y cambios,
dándote parte a menudo
de los ingresos y gastos.
Fuera de él a nadie veas
ni en la ciudad ni en el campo,
pues a codicia no mueve
joya que está a buen recaudo.»
La otra carta, que Ned-Yuma
tardó en abrir poco rato,
estas líneas contenía
en puro lenguaje arábigo:
«Hurí de los negros ojos,
en cuya lumbre me abraso,
vivo por lo que deseo
y muero por lo que callo;
de su silencio la cárcel
romper intenta mi labio,
y ayuda vengo a pedirte
mas rendido que postrado.
A las nueve de esta noche,
de las sombras al amparo,
penetraré en tus jardines,
que conozco palmo a palmo:
una respuesta, un suspiro,
y si tal ventura alcanzo
a ti volará dichoso
Hasán, tu amigo y tu esclavo.»

Besó Ned-Yuma la carta,
que puso en secreto armario;
de la que arrojara al suelo
cortó la página en blanco;
dijo alegre:
-¡Estaba escrito!-
Y con movimiento rápido,
midiendo la corta altura
que hay del jardín a su cuarto,
casi postrada de hinojos
ante un meida de alabastro
trazó en el papel con lápiz
estas palabras: «Te aguardo.»


III

Para una mujer amante
que lejos del dueño amado
sólo en la esperanza vive
de volver a recobrarlo,
¡qué lentas pasan las horas
y cómo van engendrando
en el pensamiento dudas
y en el corazón presagios!
Ned-Yuma vio como un soplo
pasar los últimos años;
han sido tres...
-¡Imposible!
-dice Hasán-¡No fueron tantos!
¡Bien recuerdo aquella noche!...
-¡Pudieras no hacerlo, ingrato!
-Que era ayer me parecía...
-Y ayer fue, que esos milagros
los repite amor mil veces
y son nuevos, sin embargo.-
Así en la ardorosa siesta
de una tarde de verano,
entre uno y otro paseo
por la terraza de mármol,
Ned-Yuma y Hasán evocan
de su pasión el encanto
como si fundir quisieran
el presente y el pasado,
ya que al porvenir no pueden
avanzar sin sobresalto.
Interrumpió su coloquio
un marinero bizarro
que, tras algunas señales
de atención o de recato,
gritó:
-¡Señor! Abu-Saada
llegó anoche con su barco,
y noticias ha traído
de Yusuf, nuestro buen amo.
Dice que se halla en Esmirna,
y debe, según sus cálculos,
estar aquí el lunes...
-Lunes,
y ayer fue...
-Viernes; hoy sábado;
he venido a preveniros...
-Muy bien; para completarlo
lleva el aviso a la gente,
y todos, y el que lo trajo,
de nuestra gran alegría
participen... Que es mandato,
les dirás, de la señora
a cuyo servicio estamos:
puedes irte.
-¡Dios os guarde!
-¡Y ahora, Ned-Yuma, a mis brazos!
Forjó la enemiga suerte
contra nosotros el dardo;
que a un tiempo en los dos se clave
si cumple al destino aciago.
-¿Y nuestro hijo?
-Razón tienes;
debemos ponerlo en salvo...
Huye con él...
-Fuera inútil...
Medito otro plan más arduo...
Conducirle aquí.
-¿A su vista?
Pues ¿qué piensas?
-Engañarlo.
-Es celoso...
-Pero es crédulo...
-Es sagaz...
-Pero es anciano;
respecto a ti, en adelante
te veré como a un extraño;
ni una palabra, ni un signo;
sentir y amar...
-Siento y amo.
-Alí el secreto conoce...
-Morirá si es necesario...
-No; con alejarle basta.
-Dices bien; el mundo es ancho.
-Y ahora, y tal vez para siempre,
adiós.
-Ahora no...
-Pues ¿cuándo?
-Esta noche.
-¡Última noche!...
-¡Sí, amor mío; último lazo
que a la ventura nos une,
última gota del vaso,
último anhelo de un alma,
última luz de un relámpago!


IV

-¿Con que durante mi ausencia
todo en orden ha marchado?
-Todo en regla, esposo mío,
por más que...
-Di sin reparo
tu opinión...
-Pues que yo hubiera
preferido a mi descanso
ser sola para el manejo
de la casa...
-¿Pudo en algo
faltarte Hasán?
-Me enojaba
su presencia...
-Es diestro...
-Es vano.
-¿A tus órdenes rebelde
fue alguna vez?
-No le ataco
por su conducta; me irritan
sus pretensiones de sabio.
-Es inteligente...
-Es necio...
Pero, en fin, ya me has librado
de su vista, y con la tuya
a nueva vida renazco.
Mucho tengo que pedirte...
-Mucho para darte traigo;
mas primero una pregunta
que se me ocurrió hace rato.
Al cruzar yo por la puerta
jugaba un niño en el patio.
¿De quién es?
-Pues no es de nadie,
siendo de todos...
-Reclamo
la explicación del enigma.
-Es más que enigma; es arcano,
de que Dios, piadoso siempre,
nos hizo depositarios.
-Al-lah-Acbar: ya te escucho.
-Me entrego a su gracia, y narro:
Hora del mog'red sería
dos schetta ya pasados,
cuando en tu jardín hermoso,
rendida por el cansancio,
junto al Cupido de bronce
me dormí en un duro banco.
Ignoro si fue mi sueño
sueño no más o letargo;
sé que desperté con frío,
Y figúrate mi pasmo
al ver la tierra cubierta
de nieve con un sudario.
Era ya noche cerrada,
y entre los pliegues del manto
envolviéndome, ligera
seguí de la senda el rastro.
Mas no sola; desprendida
del pedestal, y a mi lado
de Cupido la figura
marchaba por arte mágico.
-¿Qué quieres de mí?-le dije-.
-Cariño busco y amparo;
eres mujer, serás madre,
acógeme en tu regazo.
-Yo insensible te creía...
-Lo fuí durante dos años;
pero esta noche una gota
filtrada de arriba abajo
en mi interior, vida y alma
me otorgó de ser humano.
Ya como tú siento y lloro,
como tú estoy tiritando,
abrigo y pan necesito,
fe y amor ofrezco en cambio.
Yo pensé, Yusuf, entonces
en nuestro hogar solitario,
y en tu casa le di albergue;
hoy en ella eres el árbitro;
arrójale si te enfada,
yo tu decisión acato.

Cruzó una nube sombría
de Yusuf el rostro pálido,
mas reponiéndose pronto
dijo entre amoroso y cauto:
-¿No tiene nombre?
-Ninguno:
la que le tomó a su cargo
le llama el niño de nieve,
sabiendo su origen raro.
-Que su nombre en adelante
sea Ahmed, el deseado,
y que de nada carezca,
¿lo entiendes bien?
-Y lo aplaudo.
-Si Dios concedernos quiso
por tal medio tal hallazgo,
su voluntad acatemos
y sus designios cumplamos.


V

Siguió el tiempo su carrera,
nueve o diez lunas pasaron,
y de Yusuf en la quinta
reinaba la paz de antaño.
Hermosa siempre Ned-Yuma,
el niño vuelto muchacho,
Hasán sin ver a la mora
y caduco el millonario.
A los tres una mañana
llamó Yusuf a su cuarto,
y con su risa más dulce,
y con su acento más blando,
como si rezara un sura
del Korán, dijo pausado:
-Debemos cambiar de vida,
y con ese objeto os llamo;
mi fortuna es ya muy grande,
mi edad se acerca al ocaso,
y aburrido de negocios
estoy resuelto a dejarlos.
Me retiro del comercio,
mas quedan algunos saldos
que liquidar; a mis socios
con cartas no satisfago,
y así dentro de dos días
de nuevo a la mar me lanzo,
aunque opino que de huésped
me ha de tener corto plazo.
Conociendo lo que él vale
y lo poco que yo valgo,
Hasán se vendrá conmigo,
y como viaje de ensayo
Ahmed también, que ya es hora
de que comprenda lo malo
y lo bueno de estos mundos
por donde peregrinamos.
Arregle Hasán sus papeles,
que no ha de ser gran trabajo,
Y tú, esposa, arregla al niño
y no le aflijas con llantos.
Los cuatro, tras el discurso,
silenciosos se miraron
saliéndose de la estancia
mudos y tristes los cuatro.

Otra vez en su azotea,
rojos de llorar los párpados,
al aire deja Ned-Yuma
flotar su pañuelo blanco.
Aún no remontó la nave,
aún pueden sus ojos ávidos
distinguir sobre la popa,
correspondiendo a su halago,
tres bultos que hacia la tierra
parece que están mirando.
Los tres saludan unidos...
Luego dos... Avanza el barco,
y ya próximo a ocultarse
por la punta del Serrallo
de los tres bultos saluda
uno tan sólo ¡el más bajo!


VI
Un mes después de esta escena
de Yusuf llegó un despacho;
estaba en Siria, iba a Egipto
con Ahmed, pero de tránsito.
Un disgusto le afligía:
el pobre Hasán, encargado
de recorrer los lugares
desde el mar Negro al mar Caspio,
a la salida de Odessa
fue víctima de un naufragio,
teniendo su sepultura
en el buque hecho pedazos.
Ned-Yuma pudo a sus anchas
compadecerlo y llorarlo;
nadie al raudal de su pena
se atrevió a poner obstáculos.
Solitaria recorría
los jardines del palacio,
testigos en otro tiempo
de sus placeres livianos,
y el pedestal de Cupido
alguna vez contemplando,
echó de menos la estatua
que en amoroso arrebato
logró convertir en nieve
haciendo del bronce escarnio.
Del cómplice a la presencia
ya no sentirá desmayos,
ya le pertenece entero
aquel hijo que ama tanto;
ya la esperanza ilumina
su corazón angustiado.

Una noche, en su maksura
recogida muy temprano,
mientras charlan en la calle
marmitones y lacayos,
oyó decir de repente
«Essalamcum» y en el acto
mucha confusión de gritos,
mucho estrépito de pasos,
y por fin dos o tres golpes
en el postigo inmediato
y la voz:
-Abre, si quieres,
soy Yusuf.
A tal, ensalmo
abrió Ned-Yuma, diciendo
con cierto desdén amargo:
-A todas las horas puede
entrar en su casa el amo.
Sentóse Yusuf muy cerca
de Ned-Yuma en un escaño,
y entre mujer y marido
esta plática entablaron:
-¿Llegastes, hoy?
-Llego ahora.
-¿Bien?
-Mal.
-Pues ¿qué te ha pasado?
-Lo que les pasa a los viejos:
por un placer, diez quebrantos.
-¿Y vienes solo?-Ned-Yuma
dijo estas frases temblando-.
-Solo.
-¿Qué hicistes del niño?
-Dichas que forja el acaso,
una nube las engendra
y las desvanece un rayo.
-Mas ¿cómo fue?...
-Todavía
de explicármelo no acabo.
A visitar las Pirámides,
hallándonos en el Cairo,
salimos una mañana
él y yo, contentos ambos.
Era de fuego el ambiente,
resistiólo Ahmed un rato,
luego vi que sonreía,
su rostro se volvió cárdeno
y, abrazándose a mi pecho,
se deshizo entre mis brazos.
-¡Mentira!
-Si era de nieve,
¿por qué te extraña el milagro?
¡Madre, ya no tienes hijo!
¡Lo que me debes te pago!
¡Vuelva la estatua de bronce
a su pedestal de barro!
Sus negros ojos Ned-Yuma
fijó en Yusuf con espanto;
clavóse hasta brotar sangre
en la garganta las manos,
y rugiendo como el tigre
que se retuerce en el lazo,
a la manera que cae
desde la altura el peñasco,
desplomada y sin sentido
cayó sobre el duro mármol.


EPÍLOGO

De Yusuf a Ishac, el Taleb,
en Chendy: bazar de esclavos.

«Al recibir estas letras,
con las que salud os mando,
dad al portador el niño
que dejé a vuestro cuidado.
Si por azar lo vendisteis,
proceded a rescatarlo,
y girad contra mi casa
cualquiera que fuere el gasto.
Expósito le creía
obedeciendo a un engaño,
mas hoy supe que es su padre
un viejo rico y avaro,
y como se encuentra solo,
quiero hacerle este regalo.
El le enseñará a ser hombre
y a cumplir el deber santo
de amparar al inocente,
no transigir con lo falso,
agradecer los favores
y castigar los agravios.
De esta carta que os escribo
Alí será el emisario;
si advertís que lleva luto
no lo extrañéis: he enviudado.»

Poema de Manuel del Palacio

Soneto de la guirnalda de rosas de Federico García Lorca

la guirnalda de rosas
¡Esa guirnalda! ¡pronto! ¡que me muero!
¡Teje deprisa! ¡canta! ¡gime! ¡canta!
que la sombra me enturbia la garganta
y otra vez y mil la luz de enero.

Entre lo que me quieres y te quiero,
aire de estrellas y temblor de planta,
espesura de anémonas levanta
con oscuro gemir un año entero.

Goza el fresco paisaje de mi herida,
quiebra juncos y arroyos delicados.
Bebe en muslo de miel sangre vertida.

Pero ¡pronto! Que unidos, enlazados,
boca rota de amor y alma mordida,
el tiempo nos encuentre destrozados.

Soneto de la dulce queja de Federico García Lorca

el aliento de tus labios
Tengo miedo a perder la maravilla
de tus ojos de estatua, y el acento
que de noche me pone en la mejilla
la solitaria rosa de tu aliento.

Tengo pena de ser en esta orilla
tronco sin ramas, y lo que más siento
es no tener la flor, pulpa o arcilla,
para el gusano de mi sufrimiento.

Si tú eres el tesoro oculto mío,
si eres mi cruz y mi dolor mojado,
si soy el perro de tu señorío,

no me dejes perder lo que he ganado
y decora las aguas de tu río
con hojas de mi Otoño enajenado.

Llagas de amor de Federico García Lorca

fuego devorador
Esta luz, este fuego que devora.
Este paisaje gris que me rodea.
Este dolor por una sola idea.
Esta angustia de cielo, mundo y hora.

Este llanto de sangre que decora
lira sin pulso ya, lúbrica tea.
Este peso del mar que me golpea.
Este alacrán que por mi pecho mora.

Son guirnalda de amor, cama de herido,
donde sin sueño, sueño tu presencia
entre las ruinas de mi pecho hundido.

Y aunque busco la cumbre de prudencia,
me da tu corazón valle tendido
con cicuta y pasión de amarga ciencia.

El poeta pide a su amor que le escriba de Federico García Lorca

pluma y palabra escrita
Amor de mis entrañas, viva muerte,
en vano espero tu palabra escrita
y pienso, con la flor que se marchita,
que si vivo sin mí quiero perderte.

El aire es inmortal. La piedra inerte
ni conoce la sombra ni la evita.
Corazón interior no necesita
la miel helada que la luna vierte.

Pero yo te sufrí. Rasgué mis venas,
tigre y paloma, sobre te cintura
en duelo de mordiscos y azucenas.

Llena, pues, de palabras mi locura
o déjame vivir en mi serena
noche del alma para siempre oscura.

Poema: - 1 - (El Regreso) de Heinrich Heine

El regreso

(1823-1824)

Fulguró en mi vida obscura
imagen de excelsa prez;
pero huyó esa imagen pura,
y a ciegas voy otra vez.

El niño, cuando camina,
por tenebroso lugar,
el terror que le domina
vence a fuerza de cantar,

Niño soy, que a obscuras canto;
poco vale mi canción;
pero nada alivia tanto
mi doliente corazón.

Poema: - 2 - (El Regreso) de Heinrich Heine

Estoy triste, muy triste, sin que entienda
la razón ni el por qué:
fija tengo en la mente una leyenda
que en la infancia escuché.

Era frío el crepúsculo; rodaba
tranquilo el Rhin; el sol
las cúspides remotas alumbraba
con su último arrebol.

Allá, en la cima, en trono diamantino,
en fúlgido sitial,
peinaba sus cabellos de oro fino
doncella celestial,

Peinábalos con peine también de oro,
cantando una canción,
cuyo eco singular, triste y sonoro,
turbaba el corazón.

Surcó un barquero la corriente undosa;
oyó el dulce cantar:
y contemplando a la doncella hermosa,
fue en el escollo a dar.

Tragó el río la barca y el barquero:
y esa tirana ley
sufre siempre quien oye el lisonjero
cantar de Loreley.

Poema: - 3 - (El Regreso) de Heinrich Heine

Mi corazón está triste;
Abril alegre y florido:
al pie de los viejos muros,
sobre un tronco me reclino.
Encerrado en cauce estrecho,
corre silencioso el río;
pasa, en ligera barquilla,
cantando y silbando un niño.
A lo lejos se dibujan
en risueño laberinto,
quintas, huertos, labradores,
vacas, prados, selvas, riscos.
Lavan las mozas y tienden
en la hierba el blanco lino;
suena el batán, y las aguas
trueca en espumosos rizos.
Hay una estrecha garita
sobre el torreón sombrío;
va y viene el fiel centinela,
todo de rojo vestido.
Con el fusil, que al sol brilla,
haciendo está el ejercicio:
¡apunta bien, centinela,
y descerrájame un tiro!

Poema: - 4 - (El Regreso) de Heinrich Heine

Voy por la selva, y lloro sin sentirlo:
¡Y así pasan las horas!
Salta de rama en rama el negro mirlo:
y dice: «¿Por qué lloras?

-La golondrina azul, tu tierna hermana,
decírtelo pudiera,
pues tiene puesto el nido en la ventana
de mi niña hechicera».

Poema Herminia de Antonio Plaza

Poema Herminia de Antonio Plaza

La pérdida de un hijo idolatrado,
la comprende el que un hijo ha sepultado
El Autor.

I

Me diste un ángel ¡Dios mío!
¡Era su faz peregrina,
un lampo de luz divina
en mi horizonte sombrío!

Su espíritu celestial
brotó de mi corrupción,
como la santa oración
del labio de un criminal.

Apareció ante mis ojos
Herminia, bella, graciosa
era el botón de una rosa
en mi corona de abrojos.

En el corazón desierto
brilló ese querube tan santo,
como la gota de llanto
sobre la tumba de un muerto.

Mi hija nació entre aflicciones,
velada por negra nube:
le di todo lo que tuve...
lágrimas y privaciones.

De la mártir que bendigo,
era su grande riqueza
mi ridícula pobreza,
y mi desnudez su abrigo.

Con su amargo desconsuelo
recuerda mi mal profundo,
que vino muy pobre al mundo,
que volvió muy pobre al cielo.

Dejad que mi culto rinda
aunque el pesar me taladre;
era tan pobre... ¡tan linda!
porque... no es amor de padre...

Tenía rizado el cabello,
negros, divinos los ojos;
los labios húmedos, rojos,
y de paloma su cuello.

Manos y pies elegantes...
¡si la hubierais conocido!...
Era un serafín vestido
con harapos humillantes.

Y ¿creéis que la hija mía,
que fue mi postrer creencia,
en medio de su inocencia
mi gran amor comprendía?

Al verme, ¡noble criatura!,
noble me llamaba,
y en su mirar reflejaba
indefinible ternura.

Y yo sintiendo un extraño
placer, que expresar no puedo,
la alzaba con tanto miedo,
cual si fuera a hacerle daño...

Hija del alma querida
¡cuánto el alma te adoraba
eras néctar que endulzaba
la horrible hiel de la vida!

II

Era la primera noche, pesadumbre
vaga, oprimió mi corazón gastado,
y quise, contrariando la costumbre,
retirarme al hogar desmantelado.

Abatido por negras impresiones
llegué a mi casa, triste, displicente,
y al pasar los primeros escalones,
observé mucha luz y mucha gente.

Subí... en el umbral me detenía
ignoro quién; pero al abrir la puerta
miré sobre una mesa a la hija mía;
y mi hija ¡santo Dios! ¡estaba muerta!

III

Sobre Herminia me arrojé,
y con loco frenesí
su cadáver abracé,
su yerta frente besé
y su vestido mordí.

Entre tanto, mis sensibles
pobres hijos, a porfía,
lanzaban gritos horribles,
y en convulsiones terribles
la madre se retorcía.

Con la cabeza abrumada,
con el corazón crecido,
con el alma traspasada,
arrojé una carcajada,
que me dejó sin sentido.

Yo que he vivido sufriendo,
en mis horas de quebranto
estoy de risa muriendo,
¡porque ya no tengo llanto!

IV

Horas después, aislado me encontraba
frente al cadáver yo... todos dormían;
el aullido de un perro molestaba,
el huracán furioso rebramaba
y las vidrieras al temblar crujían.

Cuatro luces de cera, agonizantes,
con sus flamas siniestras oscilando
al impulso de vientos sollozantes
avivaban sus brillos chispeantes
el fulgor de un incendio remedando.

Con ansiedad ingente contemplaba,
de negras horas los pesados giros;
un temor vergonzoso me asaltaba
y sentí que al hincharse reventaba
mi corazón, preñado de suspiros.

Al rimbombar en su furor el cielo,
crispábanse mis nervios excitados;
si los ojos cerraba mi desvelo,
veía a través de un amarillo velo,
muchos rostros de niña, inanimados.

Cruzaron por la mente mil visiones
aquella noche de crespón cubierta;
yo vi tumbas, y cruces y blandones;
y me inspiró cobardes impresiones
el severo semblante de la muerta.

Aquel cuadro de horror me parecía
sueño fatal, y lúgubre y pesado
la vista en torno sin cesar volvía,
y aun a veces creí que se movía
el cadáver de flores circundado.

Las flores fueron para mí muy bellas;
pero al mirarlas junto a un ángel yerto,
que hoy reside sin duda en las estrellas,
me chocaron las flores... todas ellas,
desde entonces... no sé... huelen a muerto.

V

Por fin, asomó la aurora
su frente de rosicler;
y cuando sus primitivos
rayos inciertos miré,
desfilaron poco a poco
los fantasmas que en tropel
hiciéronme aquella noche
de pavor estremecer.

Cual estremece al villano
lo que el pavor le hace ver.
En seguida las campanas
oí monótono tañer.

El toque de alba... --¡qué triste!
¡Qué triste ese toque es
para el hombre a quien el día
luto sólo ha de traer!

Antes que el sol amarillo
comenzara a aparecer,
con respeto religioso
y con suma timidez,
a la preciosa cabeza
de mi Herminia le corté
un rizo de su cabello,
que guardo y... no quiero ver.

Sin que nadie sintiera,
tomé la puerta después,
y silencioso a la calle
salí, sin saber a qué;
Porque siendo el ancho mundo
tan extenso como es,
me faltaba, ¡cielo santo!,
con que alquilar esa vez
un agujero en la tierra
para sepultar en él,
a la hija de mis entrañas,
que tanto, tanto adoré.

. . . . . . . . . . . . . . . . . . .
. . . . . . . . . . . . . . . . . . .
. . . . . . . . . . . . . . . . . . .

VI

Pesares hay, en verdad,
con que el alma descreída
olvidando su impiedad,
siente la necesidad
de creer en otra vida.

El mortal en su aflicción,
humilla su frente al suelo
y anonada su razón;
que tales pesares son
avisos que manda el cielo.

Pesares con que la boca
soberbia depone el brío,
y el ánima a Dios invoca;
porque Dios con ellos toca
el corazón del impío.

Yo que la fe dejé atrás,
y que si el dolor me aqueja,
mi orgullo de Satanás
siento crecer más y más,
no di entonces una queja.

Por la vez primera lleno
de humildad, ante la muerte,
bendije a Dios como bueno,
y apuré todo el veneno,
que me dio la negra suerte.

Yo a mi hijita encajoné;
yo su inerte faz cubrí;
yo al panteón la llevé,
y ahí, ¡cielos!, la deje
en la fosa que elegí.

VII

En el Campo Florido, ¡Dios eterno!
duerme cadáver la que fue tan bella;
a sombra escasa de arbolillo tierno
cubre su tumba anónima... En aquella
triste mansión de luto sempiterno,
el sepulcro más pobre es el de ella...
Sin inscripción, sin mármoles, sin nada...
¿qué ha de tener mi hijita infortunada?

Poema de Antonio Plaza

Poema A Luz de Antonio Plaza

Poema A Luz de Antonio Plaza


Eres, bella, Luz, más bella
que de la luz los fulgores;
el cndor tu frente sella,
y donde pones tu huella
brotan carminadas las flores.

Eres, Luz, que del cielo
magnífica se desprende,
luz de paz, luz de consuelo,
luz que a la luz causa celo,
luz que al corazón enciende.

Feliz quien sin pesadumbre
ve a la gloria en tu mirada
y de la gloria a la cumbre
suba contigo, y se alumbre
con tu luz inmaculada.

Sin duda Luz te pusieron
cuando tú a la luz veniste,
porque tus padres sintieron
que tus miradas vertieron

Foco de luz que no ofende,
luz que el iris tornasola,
luz que en el alma se extiende;
luz virginal que resplende
como de Dios la aureola;

luz inocente que brinda
Edén conyugal sin cruz;
¿Quién hay que a ti no se rinda?
¡Con razón, Luz, eres linda
si te hizo Dios de su luz!

Si eres, Luz, como la fuente
desde el cendal transparente,
de ese rey astro que asombra.
¡Bendita seas, luz fulgente!
¡Benditra seas, luz sin sombra!

Antonio Plaza

El poeta dice la verdad de Federico García Lorca

canto de los ruisenores
Quiero llorar mi pena y te lo digo
para que tú me quieras y me llores
en un anochecer de ruiseñores,
con un puñal, con besos y contigo.

Quiero matar al único testigo
para el asesinato de mis flores
y convertir mi llanto y mis sudores
en eterno montón de duro trigo.

Que no se acabe nunca la madeja
del te quiero me quieres, siempre ardida
con decrépito sol y luna vieja.

Que lo que no me des y no te pida
será para la muerte, que no deja
ni sombra por la carne estremecida.

El poeta habla por teléfono con el amor de Federico García Lorca

duna de arena
Tu voz regó la duna de mi pecho
en la dulce cabina de madera.
Por el sur de mis pies fue primavera
y al norte de mi frente flor de helecho.

Pino de luz por el espacio estrecho
cantó sin alborada y sementera
y mi llanto prendió por vez primera
coronas de esperanza por el techo.

Dulce y lejana voz por mí vertida.
Dulce y lejana voz por mí gustada.
Lejana y dulce voz amortecida.

Lejana como oscura corza herida.
Dulce como un sollozo en la nevada.
¡Lejana y dulce en tuétano metida!

El poeta pregunta a su amor por la «Ciudad Encantada» de Cuenca de Federico García Lorca

¿Te gustó la ciudad que gota a gota
labró el agua en el centro de los pinos?
¿Viste sueños y rostros y caminos
y muros de dolor que el aire azota?

¿Viste la grieta azul de luna rota
que el Júcar moja de cristal y trinos?
¿Han besado tus dedos los espinos
que coronan de amor piedra remota?

¿Te acordaste de mí cuando subías
al silencio que sufre la serpiente,
prisonera de grillos y de umbrías?

¿No viste por el aire transparante
una dalia de penas y alegrías
que te mandó mi corazón caliente?

Poema: - 5 - (El Regreso) de Heinrich Heine

La noche está borrascosa;
no hay en el cielo una estrella;
todos los árboles silban
cuando cruzo por la selva.
Una luz en la cabaña
del cazador centellea;
pero no llama a los ojos
su claridad macilenta.
Sentada en sillón de cuero
está la abuelita ciega,
inmóvil y silenciosa,
como una imagen de piedra.
El hijo del guardabosque
viene y va con planta inquieta;
cuelga el arcabuz al muro,
y una carcajada suelta.
Baña el lino con sus lágrimas
la bellísima hilandera;
gruñe el mastín de su padre,
gruñe y a sus pies se acuesta.

Poema: - 6 - (El Regreso) de Heinrich Heine

Si encuentro en mis excursiones
la familia de mi amada,
padre, madre y hermanitas
me reconocen y abrazan.
Me saludan, me interrogan,
y todos a un tiempo charlan;
dícenme que estoy lo mismo,
aunque más flaco de cara.
Pregunto a mi vez por tías,
por sobrinas y cuñadas,
y hasta por aquel cachorro
que tan juguetón ladraba.
Pregunto también por ella,
con otro -¡ay cielos!- casada,
y me dicen, muy gozosos,
que recién parida se halla.
Les doy mil enhorabuenas
con la sonrisa más grata,
y les digo balbuceando
que me pongan a sus plantas.
La hermanita, de repente,
dice: «Al perro le entró rabia,
y lo llevaron al río,
y lo arrojaron al agua».
La pequeña cuando ríe
es retrato de su hermana,
y tiene los mismos ojos
causantes de mis desgracias.

Poema: - 7 - (El Regreso) de Heinrich Heine

En la choza del barquero,
contemplábamos el mar;
las neblinas de la tarde
llenábanlo todo ya.
Encendió el próximo faro
su antorcha providencial;
allá a lo lejos, muy lejos,
un buque vimos pasar.
Hablábamos del marino
y de su incesante afán,
siempre en continua borrasca,
siempre en incierta ansiedad.
De lueñas tierras, del Polo
Austral y del Boreal;
de pueblos de extraña raza
y de vida singular.
En el Ganges todo ríe;
selvas perfumadas hay,
y adora la flor del loto,
gente dichosa y jovial.
En Laponia, grey escuálida
de ancha boca y sucia faz,
cuece arenques, y temblando
se acurruca en pobre hogar.
Escuchaban las doncellas;
nadie dijo nada más;
y la nave que pasaba
se perdió en la obscuridad.

Poema: - 8 - (El Regreso) de Heinrich Heine

Graciosa pescadorcilla,
tu barca, de audaces remos,
atraca a esta mansa orilla,
y mano a mano hablaremos
sin temor y sin mancilla.

En mi pecho reclinar
bien puedes tú la cabeza:
¿no fías, sin vacilar,
en la bonanza o fiereza
del alborotado mar?

Mi corazón, dulce bien,
es un mar inmenso y hondo,
tiene su eterno vaivén,
sus escollos, y también
blancas perlas en el fondo.

Poema 1763 de Emily Dickinson

Poema 1763 de Emily Dickinson


La fama es una abeja.
Posee un canto
Posee un aguijón
Ah, y también unas alas.


Versos de Emily Dickinson

Poema 1764 de Emily Dickinson


Poema 1764 de Emily Dickinson



El ruido más triste, el más dulce ruido,
el ruido que más terrible crece --
Las aves, orquestan la primavera,
En la cercanía deliciosa de la noche

Entre los límites de marzo y abril --
La mágica frontera,
Más allá de donde duda el verano,
casi tan celestialmente cerca.

Nos hace pensar en todos los muertos,
Estos despaciosos junto a nosotros,
Que por la magia que nos separa
se hicieron cruelmente más queridos.

Nos hace pensar en lo que teníamos,
Y lo que hoy deploramos.
Casi deseamos que esas gargantas de sirena
Se marcharan y no cantaran más.

Lo que oímos puede quebrantar un corazón humano
Tan rápido como una lanza,
Pedimos que nuestro oído no tenga el corazón
Tan peligrosamente cerca.


Emily Dickinson

Cometas políticos de Antonio Plaza


Poema Cometas políticos de Antonio Plaza


Soneto

Sólo vengo a que ustedes se horroricen...
ya administra la duana don Macario,
el de la estafa aquella, el refractario
digno de que un proceso le improvisen.

Escriban, por piedad... al mundo avisen
que ese hombre es ignorante y ordinario,
que se robó los fondos del Erario,
y tiene cola inmensa que le pisen.

--Tiene cola, es verdad, ¿de qué te inquietas?...
si puedes razonar una vez sola,
ya que nada en tu crítica respetas.

Comprenderás que en medio de esta bola,
los hombres, don Severo, y lo cometas,
para elevarse necesitan cola.


Versos de Antonio Plaza

Poema Blanco y Negro de Antonio Plaza


Poema Blanco y Negro de Antonio Plaza


¡Qué lindos eran, qué lindos
de mi juventud los sueños!
Alineación al centro¡Qué ilusiones tan brillantes
brotaron en mi cerebro,
como brotan las estrellas
en la bóveda del cielo!
¡Cuánto el alma deliraba,
tesoros de amor vertiendo,
como la rosa que vierte
rico aroma con su aliento!
Mas ¡ay! qué negra tristura
sembró el desengaño acerbo;
porque vi que los amigos
son alciones que su vuelo
levantan, cuando presienten
que va a cambiar el buen tiempo;
y encontré que las beldades
son manzanas del mar muerto:
hermosísimas por fuera
y muy amargas por dentro.
No siento las ilusiones;
lo que únicamente siento
es que al delirar tenía
negro, negro mi cabello,
y el corazón blanco, blanco.
Hoy que no deliro, tengo
la cabeza blanca, blanca,
el corazón, negro, negro.

Poesía de Antonio Plaza

Poema A las hermanas Cejudo de Antonio Plaza


Poema A las hermanas Cejudo de Antonio Plaza


El que de gloria inmensa es un portento,
el que sin gloria inmensa no existiera,
almas forma do el genio reverbera,
almas que tienen su glorioso aliento.

De esas almas la gloria es elemento,
que su vida sin gloria nada fuera,
y necesitan gloria en su carrera,
como la luz necesita el firmamento.

De esas almas la historia en vuestra historia
artistas del Señor privilegiadas:
si anheláis perpetuar vuestra memoria,

seguid siempre al estudio consagradas,
y adquiriréis inmarcesible gloria;
porque fuisteis para ella destinadas.

Poema de Antonio Plaza

Soneto gongorino en que el poeta manda a su amor una paloma de Federico García Lorca

Este pichón del Turia que te mando,
de dulces ojos y de blanca pluma,
sobre laurel de Grecia vierte y suma
llama lenta de amor do estoy parando.

Su cándida virtud, su cuello blando,
en limo doble de caliente espuma,
con un temblor de escarcha, perla y bruma
la auscencia de tu boca esta marcando.

Pasa la mano sobre su blancura
y verás qué nevada melodía
esparce en copos sobre tu hermosura.

Así mi corazón de noche y día,
preso en la cárcel del amor oscura,
llora sin verte su melancolía.

¡Ay voz secreta del amor oscuro! de Federico García Lorca

flor camelia
¡Ay voz secreta del amor oscuro!
¡ay balido sin lanas! ¡ay herida!
¡ay aguja de hiel, camelia hundida!
¡ay corriente sin mar, ciudad sin muro!

¡Ay noche inmensa de perfil seguro,
montaña celestial de angustia erguida!
¡Ay perro en corazón, voz perseguida,
silencio sin confín, lirio maduro!

Huye de mí, caliente voz de hielo,
no me quieras perder en la maleza
donde sin fruto gimen carne y cielo.

¡Dejo el duro marfil de mi cabeza,
apiádate de mí, rompe mi duelo!
¡que soy amor, que soy naturaleza!

El amor duerme en el pecho del poeta de Federico García Lorca

Tú nunca entenderás lo que te quiero
porque duermes en mí y estás dormido.
Yo te oculto llorando, perseguido
por una voz de penetrante acero.

Norma que agita igual carne y lucero
traspasa ya mi pecho dolorido
y las turbias palabras han mordido
las alas de tu espíritu severo.

Grupo de gente salta en los jardines
esperando tu cuerpo y mi agonía
en caballos de luz y verdes crines.

Pero sigue durmiendo, vida mía.
¡Oye mi sangre rota en los violines!
¡Mira que nos acechan todavía!

Poema Pensamientos de Antonio Plaza

Poema Pensamientos de Antonio Plaza

Para el sepulcro de ***

Fue un ángel de pureza y de ternura
a quien temprano persiguió la suerte;
pero de pronto su llanto de amargura
vino a engujar el ángel de la muerte.

En la tumba encontró lecho de flores,
los abrojos dejando en el camino;
y su noche de sombra y de dolores
la luz del cielo a disiparla vino.

Un ángel fue que la sagrada esfera
dejó para gemir en este suelo;
pero al verter su lágrima postrera
con su palma de mártir volvió al cielo.

Era niña y murió. He aquí su historia:
Dios quiso un ángel más para la gloria,
temprana flor que se agostó en el suelo,
su esencia virginal recogió el cielo.

Tu aliento de ángel apagó la muerte,
en ángel al morir te convertiste;
tu suerte es ya feliz, negra es mi suerte;
con tu ventura mi desgracia hiciste.

Como tú vas a Dios quisiera verte;
por eso mi alma pesarosa y triste
en vano busca tus preciosas huellas,
en la inmensa región de las estrellas.


Antonio Plaza

Noche del amor insomne de Federico García Lorca

amantes con luna llena
Noche arriba los dos con luna llena,
yo me puse a llorar y tú reías.
Tu desdén era un dios, las quejas mías
momentos y palomas en cadena.

Noche abajo los dos. Cristal de pena,
llorabas tú por hondas lejanías.
Mi dolor era un grupo de agonías
sobre tu débil corazón de arena.

La aurora nos unió sobre la cama,
las bocas puestas sobre el chorro helado
de una sangre sin fin que se derrama.

Y el sol entró por el balcón cerrado
y el coral de la vida abrió su rama
sobre mi corazón amortajado.

Poema: - 9 - (El Regreso) de Heinrich Heine

Arde la luna, lámpara bendita,
y al mar da su fulgor;
abrazo a mi adorada, y fiel palpita
en nuestro pecho amor.

Solo estoy, en los brazos de mi hermosa:
-«¿Qué es lo que escuchas, di,
en la voz de los vientos misteriosa?
¿Por qué tiemblas así?

-No es el viento, es la voz de mis hermanas,
hoy vírgenes del mar,
que en cavernas profundas y lejanas
suspiran, sin cesar».

Poema: - 10 - (El Regreso) de Heinrich Heine

La luna, colosal manzana de oro,
rasga el nublado en la celeste cumbre
y derrama en el piélago sonoro su
brilladora lumbre.

Por la extendida playa, do refrenan
su furor las corrientes, voy a solas,
y oigo las voces que incesantes suenan
en las revueltas olas.

Con grave lentitud la noche avanza
y el pecho estalla con pujante brío:
venid, ondinas, y en alegre danza
girad en torno mío.

Reciban vuestros brazos palpitantes
mi frente moribunda y dolorida;
y halle yo en vuestros ósculos amantes
raudal de eterna vida.

Poema: - 11 - (El Regreso) de Heinrich Heine

¡Cuánta nube! En sus mullidos
pliegues duermen las deidades;
y en los orbes conmovidos,
al compás de sus ronquidos,
estallan las tempestades.

El huracán turbulento
estrella al frágil bajel:
¿quién el ímpetu violento
podrá detener del viento
y del loco mar infiel?

Pues nadie puede enfrenar
de los vientos y del mar
las furiosas tempestades,
me echo a dormir y a roncar,
lo mismo que las deidades.

Poema: - 12 - (El Regreso) de Heinrich Heine

Suena el huracán la trompa;
corren sobre el mar sus ráfagas;
y al son de los latigazos
rugen las olas y saltan.
Abre el firmamento lóbrego
sus inmensas cataratas:
el Océano y la Noche
riñen su mayor batalla.
Detiénese una gaviota
en el palo de mesana:
las plumas bate y da un grito
que mil desastres presagia.

Poema: - 13 - (El Regreso) de Heinrich Heine

Crece la borrasca: brilla
el lampo en la obscuridad;
brama el viento, ruge y chilla.
¡Cómo danza la barquilla!
¡Qué noche! ¡Qué tempestad!
La mar a cada momento,
forma un monte turbulento;
húndese luego a mis pies,
y hasta el alto firmamento
encabrítase después.
En la bodega sombría
suenan el rezo apocado
o la maldición bravía;
y al mástil bien agarrado
sueño en ti, ¡casita mía!

Poema 1765 de Emily Dickinson


Poema 1765 de Emily Dickinson


Que el Amor es todo lo que hay,
Es todo lo que debemos saber del Amor;
Basta con eso, que la carga debe ser
proporcionada a la vía en que viaja.


Versos de Emily Dickinson

Poema 1766 de Emily Dickinson


Poema 1766 de Emily Dickinson

Esas criaturas definitivas - ¿quiénes son? --
Que fieles a la cercanía
Administran su éxtasis,
Algo que sólo sabe el verano.


Poema de Emily Dickinson

Poema 1767 de Emily Dickinson


Poema 1767 de Emily Dickinson



Las dulces horas perecieron aquí,
En la timidez de este cuarto --
Bien se desempeñaron sus esperanzas interiores
Ahora son sólo sombras en la tumba.


Versos de Emily Dickinson

Poema 1768 de Emily Dickinson


Poema 1768 de Emily Dickinson



Muchacho de Atenas, sé fiel
A ti mismo,
Y al misterio --
Todo lo demás es perjurio --


Poema de Emily Dickinson

Poema 1769 de Emily Dickinson

Poema 1769 de Emily Dickinson

Las diminutas notas irán tan rápido como el vapor puede llevarlas.
Nuestros corazones ya se han ido. Podríamos enviar nuestros rostros para que fueran tiernamente alentados.


Recordemos el día más largo que Dios ha escogido
Para terminar con el sol.
La angustia deberá viajar a su juego,
Para entonces volver.

Poesía de Emily Dickinson

Poema 1770 de Emily Dickinson

Poema 1770 de Emily Dickinson

El experimento nos escolta continuamente -
Su punzante compañía
No permitirá un axioma
Una oportunidad -

Emily Dickinson

Poema 1771 de Emily Dickinson

Poema 1771 de Emily Dickinson

Mis cosas pequeñas del lunes atraerían su triste atención - Lleno de trabajos, planes y pobres alegrías que tu pensamiento prolonga hacia la simulación y el frío --

Cómo vuela -- cómo es indiscreto --
Cómo siempre yerra el amor --
La jubilosa y pequeña deidad
que nadie nos obliga a servir --

Poesía de Emily Dickinson

Poema 1772 de Emily Dickinson

Poema 1772 de Emily Dickinson

No venga la sed con este vino en mis labios -
ni suplique, con tal señorío en mi bolsa.

Poema 1773 de Emily Dickinson

Poema 1773 de Emily Dickinson

No galardonamos el verano
cuyos tesoros fueron tan fáciles
Hoy nos da instrucciones para salir
y un reconocimiento vago--

Se anima a si mismo-- Se pone su capa
y con prontitud fatal busca
por los trenes que no se ven por ahora,
inconsciente de su elegancia.

Emily Dickinson

Poema 1774 de Emily Dickinson

Poema 1774 de Emily Dickinson

Oh tiempo feliz deshecho en sí mismo
y que no deja rastro aquí --
'Esta angustia carece de plumas
o es demasiada pesada para volar

..........................................
..........................................
..........................................

Too happy Time dissolves itself
And leaves no remnant by -
'Tis Anguish not a Feather hath
Or too much weight to fly

Poema Para un sepulcro de Antonio Plaza

Poema Para un sepulcro de Antonio Plaza

Octava

No hay otro bien que al de vivir iguale:
es la existencia una ilusión mentida:
la vida es nada, porque nada vale,
y todo acaba al acabar la vida.

--Mas cuando el alma de su cárcel sale,
¿el alma a dónde va? ¿Vuela perdida,
o se apaga esa luz aquí en el suelo?
--El alma ¿do ha de ir? La luz va al cielo.

Antonio Plaza

Poema A una dama joven de Antonio Plaza

Poema A una dama joven de Antonio Plaza

En su beneficio

Soneto

Te dio el arte sus mágicos primores,
la Venus verticorda su pureza;
las virtudes te dieron su nobleza,
y su acento los pájaros cantores.

Si del alma interpretas los dolores
a las almas saturas de tristeza;
si del amor traduces la terneza
enciendes con tu voz de fuego amores.

Tu genio, artista, como sol alumbra
desvaneciendo la pesada sombra;
donde te hallas no existe la penumbra,

que gloria inmensa tu camino alfombra,
y la escena sin ti se apesadumbra,
porque su luz la inspiración te nombra.

Poesía de Antonio Plaza

Oda a Salvador Dalí de Federico García Lorca

pintor Salvador Dali
Una rosa en el alto jardín que tú deseas.
Una rueda en la pura sintaxis del acero.
Desnuda la montaña de niebla impresionista.
Los grises oteando sus balaustradas últimas.

Los pintores modernos, en sus blancos estudios,
cortan la flor aséptica de la raíz cuadrada.
En las aguas del Sena un iceberg de mármol
enfría las ventanas y disipa las yedras.

El hombre pisa fuerte las calles enlosadas.
Los cristales esquivan la magia del reflejo.
El Gobierno ha cerrado las tiendas de perfume.
La máquina eterniza sus compases binarios.

Una ausencia de bosques, biombos y entrecejos
yerra por los tejados de las casas antiguas.
El aire pulimenta su prisma sobre el mar
y el horizonte sube como un gran acueducto.

Marineros que ignoran el vino y la penumbra
decapitan sirenas en los mares de plomo.
La Noche, negra estatua de la prudencia, tiene
el espejo redondo de la luna en su mano.

Un deseo de formas y límites nos gana.
Viene el hombre que mira con el metro amarillo.
Venus es una blanca naturaleza muerta
y los coleccionistas de mariposas huyen.

*

Cadaqués, en el fiel del agua y la colina,
eleva escalinatas y oculta caracolas.
Las flautas de madera pacifican el aire.
Un viejo dios silvestre da frutas a los niños.

Sus pescadores duermen, sin ensueño, en la arena.
En alta mar les sirve de brújula una rosa.
El horizonte virgen de pañuelos heridos
junta los grandes vidrios del pez y de la luna.

Una dura corona de blancos bergantines
ciñe frentes amargas y cabellos de arena.
Las sirenas convencen, pero no sugestionan,
y salen si mostramos un vaso de agua dulce.

*

¡Oh Salvador Dalí, de voz aceitunada!
No elogio tu imperfecto pincel adolescente
ni tu color que ronda la color de tu tiempo,
pero alabo tus ansias de eterno limitado.

Alma higiénica, vives sobre mármoles nuevos.
Huyes la oscura selva de formas increíbles.
Tu fantasía llega donde llegan tus manos,
y gozas el soneto del mar en tu ventana.

El mundo tiene sordas penumbras y desorden,
en los primeros términos que el humano frecuenta.
Pero ya las estrellas ocultando paisajes,
señalan el esquema perfecto de sus órbitas.

La corriente del tiempo se remansa y ordena
en las formas numéricas de un siglo y otro siglo.
Y la Muerte vencida se refugia temblando
en el círculo estrecho del minuto presente.

Al coger tu paleta, con un tiro en un ala,
pides la luz que anima la copa del olivo.
Ancha luz de Minerva, constructora de andamios,
donde no cabe el sueño ni su flora inexacta.

Pides la luz antigua que se queda en la frente,
sin bajar a la boca ni al corazón del hombre.
Luz que temen las vides entrañables de Baco
y la fuerza sin orden que lleva el agua curva.

Haces bien en poner banderines de aviso,
en el límite oscuro que relumbra de noche.
Como pintor no quieres que te ablande la forma
el algodón cambiante de una nube imprevista.

El pez en la pecera y el pájaro en la jaula.
No quieres inventarlos en el mar o en el viento.
Estilizas o copias después de haber mirado
con honestas pupilas sus cuerpecillos ágiles.

Amas una materia definida y exacta
donde el hongo no pueda poner su campamento.
Amas la arquitectura que construye en lo ausente
y admites la bandera como una simple broma.

Dice el compás de acero su corto verso elástico.
Desconocidas islas desmienten ya la esfera.
Dice la línea recta su vertical esfuerzo
y los sabios cristales cantan sus geometrías.

*

Pero también la rosa del jardín donde vives.
¡Siempre la rosa, siempre, norte y sur de nosotros!
Tranquila y concentrada como una estatua ciega,
ignorante de esfuerzos soterrados que causa.

Rosa pura que limpia de artificios y croquis
y nos abre las alas tenues de la sonrisa.
(Mariposa clavada que medita su vuelo.)
Rosa del equilibrio sin dolores buscados.
¡Siempre la rosa!

*

¡Oh Salvador Dalí de voz aceitunada!
Digo lo que me dicen tu persona y tus cuadros.
No alabo tu imperfecto pincel adolescente,
pero canto la firme dirección de tus flechas.

Canto tu bello esfuerzo de luces catalanas,
tu amor a lo que tiene explicación posible.
Canto tu corazón astronómico y tierno,
de baraja francesa y sin ninguna herida.

Canto el ansia de estatua que persigues sin tregua
el miedo a la emoción que te aguarda en la calle.
Canto la sirenita de la mar que te canta
montada en bicicleta de corales y conchas.

Pero ante todo canto un común pensamiento
que nos une en las horas oscuras y doradas.
No es el Arte la luz que nos ciega los ojos.
Es primero el amor, la amistad o la esgrima.

Es primero que el cuadro que paciente dibujas
el seno de Teresa, la de cutis insomne,
el apretado bucle de Matilde la ingrata,
nuestra amistad pintada como un juego de oca.

Huellas dactilográficas de sangre sobre el oro
rayen el corazón de Cataluña eterna.
Estrellas como puños sin halcón te relumbren,
mientras que tu pintura y tu vida florecen.

No mires la clepsidra con alas membranosas,
ni la dura guadaña de las alegorías.
Viste y desnuda siempre tu pincel en el aire,
frente a la mar poblada con barcos y marinos.

El cínico y el hipócrita de Antonio Plaza

Poema El cínico y el hipócrita de Antonio Plaza

Soneto

Su maldad cuenta el cínico, la abulta;
su aliento es miasma, su sonrisa hielo;
porque ocultar pretende con anhelo
el rudo arpón que al infeliz sepulta.

Y sus maldades el devoto oculta,
de santidad cubiertas con el velo;
pero al subir en éxtasis al cielo,
su negro corazón al cielo insulta.

La sociedad el cínico aborrece,
y es digno de piedad por desgraciado;
al santurrón respeta y enaltece.

y merece la horca por malvado;
porque el cínico el alma tiene herida,
y el hipócrita su alma corrompida.

Soneto de Antonio Plaza

Poema Boleras inocentes de Antonio Plaza


Poema Boleras inocentes de Antonio Plaza


Arión, hijo de Céres
y de Neptuno,
era caballo y dizque
hablaba el bruto;
no es extraño eso:
aquí los brutos hablan
en el Congreso.

Los nietos de Sesostris,
divinizaron
guajolotes y monos
y hasta lagartos:
aquí un conscripto
también es inviolable
como en Egipto.

Dentro del arca un viejo,
cuando el diluvio,
encerró toda especie
de animaluchos:
en tal recámara
no durmió tanto bípedo
como en la Cámara.

Calígula --dice un
cronista sabio--
nombró Sumo Pontífice
a su caballo;
el tal no miente
porque aquí su Incitatus
fue presidente.

Los negros de Corea
cambian por vino
sus mujeres, sus padres
y hasta sus hijos.
Un patriotero
diera por dos pesetas
el mundo entero.

Su regia majestad
Carlos segundo,
caballero hizo a un lomo
de un cuasiburro:
creo, sin empacho,
Juárez hizo ministro
a un cuasimacho.

San Juan de mata vio
venir a un ciervo,
con cruz enorme
entre los cuernos:
he comprendido
que lo que vio Mata
fue algún marido.

A los rayos Augusto,
tuvo tal pánico,
que si tronaba se iba
al subterráneo.
Hay generales
que con un trueno sufren
ansias mortales.

El Dios a quien Pompilio
culto le daba,
como en carnestolendas
llevó dos caras.
Los que su mano
de amigos os ofrecen
son como Jano.

He visto que a la diosa
sin par, Astrea,
unas balanzas de oro
sirven de emblema.
Quizá por eso,
es siempre la justicia
cuestión de peso.

Al morir Junio. Bruto
clamó enojado:
eres virtud maldita,
un nombre vano.
Y si tal bicho
viviera en este tiempo,
¿qué hubiera dicho?...

Antonio Plaza

El tonto y el sabio de Antonio Plaza

Poema El tonto y el sabio de Antonio Plaza

Soneto

Si libros, sin afán de ciencia rancia,
tiene el tonto la ciencia de la vida;
corre en pos de fortuna apetecida,
y premia la fortuna su constancia.

Lleno el sabio de in folios y arrogancia,
buscando la verdad todo lo olvida;
errores mil en su cabeza anida,
y muere maldiciendo su ignorancia.

Yo que una bruja singular afronto,
porque, al común sentido haciendo agravio,
a veces al Parnaso me remonto,

aseguro a los tontos sin resabio,
que el oficio más sabio es el de tonto
y el oficio más tonto es el de sabio.

Poema de Antonio Plaza
Alineación al centro

Poema Sandez de Antonio Plaza


Poema
Sandez de Antonio Plaza

En un rincón oscuro del infierno
el amigo Luzbel está en cuclillas,
la siniestra descansa sobre un cuerno
y en la diestra se apoyan sus mejillas.

Muy grave debe ser lo que sin bilis
medita hoy la majestad candente;
pero... ¡Silencio!... ¡Dio con el busilis!
Qué rápido se para, y en la frente

dándose una palmada con arrojo,
grita fuera de sí: ‘‘ya caigo... ¡cierto!
Es tuerto aquel a quien le falta un ojo;
porque teniendo dos, ninguno es tuerto’’.

Antonio Plaza

Poema: - 14 - (El Regreso) de Heinrich Heine

Anochece; las pálidas neblinas
cubren el vasto piélago; siniestras
gimen las ondas y visión gallarda
miro surgir entre ellas.

El hada es de los mares, que a la orilla
viene, y callada junto a mí se sienta,
dejando ver su seno alabastrino
la túnica entreabierta.

Los brazos abre, y me los echa al cuello
con tal empuje, que respiro apenas:
-«Muy fuertes son, exclamo, tus abrazos,
bellísima Sirena!

-Si mis brazos te oprimen tan ansiosos,
si a mi seno te estrecho con tal fuerza,
es porque sopla congelado el cierzo
y el frío me penetra».

Entre las nubes lóbregas asoma
la luna, siempre triste y macilenta:
-«¡Tus ojos se humedecen y se enturbian,
bellísima Sirena!»

-«No se enturbian mis ojos ni humedecen:
salgo del mar que protector me alberga;
de sus olas amargas una gota
en mis pupilas queda».

Lanza un grito agorero la gaviota;
bate el mar espumoso la ribera:
-«¡Cuál tu agitado corazón palpita,
bellísima Sirena!

-¡Si así palpita mi azorado pecho,
si salta el corazón y arden mis venas,
es, gallardo mortal, porque te adoro
con ansiedad frenética!»

Poema: - 15 - (El Regreso) de Heinrich Heine

Paso por tu casa y miro,
cuando brilla la mañana:
¡cuán dulcemente suspiro
niña hermosa, si te admiro
asomada a la ventana!

En mí clavas complacientes
los ojos, negros y ardientes,
y que preguntas infiero:
-«¿Quién eres? ¿Qué es lo que sientes,
melancólico extranjero?»

-«¿Quién soy?... Un vate alemán;
y allí me conocen bien:
si citan con noble afán
nombres que gloria les dan,
citan el mío también.

«¿Qué siento?... Lo que yo siento
lo sienten muchos allí;
cuando citan un portento
de infortunio y sufrimiento,
también me citan a mí».

Poema: - 16 - (El Regreso) de Heinrich Heine

El mar brillaba con la luz extraña
que da el ocaso a las dormidas olas:
los dos, del pescador en la cabaña,
silenciosos estábamos y a solas.

Remontábase lenta nube obscura;
audaz tendía la gaviota el vuelo;
y una lágrima hermosa, tibia y pura,
bañó tus ojos y nubló su cielo.

Miré, ansioso, rodar por tu mejilla
y caer en tu mano aquella perla;
y doblé conmovido la rodilla,
y con ardiente labio fui a beberla.

Desde entonces la frente doblo triste,
y sufre el corazón rudo quebranto:
mira, desventurada, lo que hiciste;
envenenóme el corazón tu llanto.

Poema: - 17 - (El Regreso) de Heinrich Heine

Hay en las cumbres aquellas
un castillo encantador,
y en el castillo tres bellas:
me han probado todas ellas,
me han probado bien su amor.

Gocé el lunes los abrazos
de Amalia; en los mismos lazos
me estrechó el martes María,
y el miércoles Rosalía
me descoyuntó en sus brazos.

El jueves, gran recepción
tuvieron: ¡soberbia noche!
¡Qué lujo! ¡Qué ostentación!
Iba en larga procesión
gente a caballo y en coche.

No me invitaron; y a fe
que el ardid inútil fue:
mi ausencia se hizo notar,
y hubo la que yo me sé
de reír y murmurar.

Poema Llanto de Antonio Plaza


Poema Llanto de Antonio Plaza


Derramado en mi ser dulce beleño
grato sueño mi frente acariciaba;
mas disipó la densidad del sueño
mi niñito Raziel, porque lloraba.

Abandoné mi lecho sin demora,
quemado por la fiebre de los males
y al abrir el balcón vi que la aurora
empañó con su llanto los cristales.
Asomándose oí que sollozaban
frente a mi casa, alrededor de un yerto
cadáver, unas gentes que lloraban
la tierna ausencia del amado muerto.
Al campo me salí lleno de hastío,
y en él vi de las flores que enamoran
las corolas cuajadas de rocío;
porque en la tierra hasta las flores lloran.
Y me dije: Si llora el que padece,
¿por qué sufriendo yo dolor tan rudo,
quiero llorar y el dolor me crece,
y en la garganta se me forma un nudo?
Si lloran en la tierra hasta las flores,
¿por qué no lloro yo que sufro tanto?
--Porque el llanto consuela los dolores,
y el inmenso dolor no tiene llanto.

La poesía de Antonio Plaza

Poema: A BERTA de Salvador Díaz Mirón

mujer hecha de flores y mariposas
Ya que eres grata como el cariño
ya que eres bella como el querub,
ya que eres blanca como el armiño,
¡sé siempre ingenua, sé siempre tú!

El torpe engaño que el vicio fragua
nunca se aviene con la virtud.
¡Sé transparente como es el agua,
como es el aire, como es la luz

Que tu palabra -dulce armonía
que tu alma exhala como un laúd,
como una alondra que anuncia el día
presa en la sombra que flota aún-

sea un arroyo sereno y puro
do, al inclinarme como un saúz,
mire las guijas del fondo oscuro
y las estrellas del cielo azul.

Poema A los Muertos de Antonio Plaza

Poema A los Muertos de Antonio Plaza

Nihil video, nisi putredinen, osa te
vermes omnia fabula, somnium umbra.
San Juan Crisóstomo


I

¡Salud!... salud, silencio de las tumbas,
losas de mármol, muros de granito,
helado viento que en los cráneos zumbas,
evangelio fatal con tierra escrito.
Muertos, ¡salud!... Dejad las catacumbas,
porque os saluda un canto de maldito,
y humilde besa vuestra fosa helada
quien no cree en nada, y duda de su nada.

II

Combatido de tórridas pasiones
me cercaron bramantes aquilones
sin brújula bogué por mar ignoto,
y negra tempestad fue mi piloto.
Hoy mi vida si fe, sin ilusiones
hierba ludibrio de arrasante noto,
es árida, maldita, sin aroma
con el campo maldito de Sodoma.

III

Con vosotros yo tengo semejanza:
sombra de muerte oscureció mi frente;
murió con mi creencia la esperanza;
cadáver es mi corazón ingente.
Un resto de mi cuerpo aquí descansa,
he muerto, en fin, he muerto moralmente
y os saluda por eso como amigo
el mutilado trovador mendigo.

IV

Me place el panteón. Silencio augusto
reina en torno de él. Calma tranquila
sombre le presta a su recinto adusto,
el muerto corazón encuentra gusto;
y en los recuerdos que la tumba apila
lloro que burla el mundo estrafalario,
por eos el lloro que mi seno instila,
en los pliegues escondo del sudario.

V

Evoco aquí recuerdos incisivos
que en la tumba del alma están despiertos,
registro de la muerte los archivos
y gozo al encontrar despojos yertos;
que me choca el contacto de los vivos
y me place el contacto de los muertos.
Si pequeños los vivos me parecen,
los muertos no; porque los muertos crecen.

VI

Si quito con la mente las baldosas
que cubren vuestras formas descarnadas,
veo rígidas piernas asquerosas
en simétrica fila colocadas;
veo alacenas de momias pavorosas,
depósito de tumbas enlutadas;
aparador en que la muerte exhibe
sus joyas de gusanos al que vive.

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

VII

Tal vez, ¡oh muertos!, os causará pena
esta vida fugaz haber dejado;
es la vida, ¡por Dios!, buena... ¡muy buena!
Nadie en ella se llora desgraciado.
Por fortuna, de vida tan amena
casi todo el camino he transitado,
y al término, me acerco sin enojo
con mis pasos ridículos de cojo.

VIII

Cuán tranquilo es, hermanos, vuestro sueño!
Esa fúnebre lápida os escuda;
nada os importa de la suerte el ceño,
ni os irrita la fiebre de la duda;
el problema fatal, sin gran empeño
está resuelto en vuestra fosa muda.
Yo que dudo luchando con la suerte,
a preguntaros vengo: ¿qué es la muerte?

IX

¿Es la muerte principio de la vida?
¿Es la muerte no ser? ¿Es ocaso?
¿Es el alma de una esencia inconocida
que se evapora si se quiebra el vaso?
¿Es nota que a la nada va perdida
si se rompe la tela por acaso?
¿Luz que muere si se acaba el combustible?
¿Es eco que se pierde en lo imposible?

X

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

XI

Podridos expedientes de gusanos
que formáis el archivo de la nada,
decidme, por piedad, muertos hermanos:
¿hay un cielo tras la órbita sagrada?
¿El infierno fatal de los cristianos
existe para el alma infortunada?
¿Halla el mortal, aliento de Dios mismo,
tras un valle de penas un abismo?

XII

¿De Dios el hombre mendigó la vida?
¿Por qué, si malo es, no lo hizo bueno?
¿Por qué repele de soberbia henchida
la razón a la fe, cuando sin freno
la razón analiza descreída?
¡Qué! ¿La razón de almas es el veneno?
Si la fe y la razón Dios no hizo iguales,
¿por qué no sólo fe le dio a los mortales?

XIII

Viene el hombre a este valle de aflicciones
de la ignorancia envuelto entre la bruma,
y al llegar a la edad de las pasiones,
cuando la duda de su fin le abruma,
tropieza con diversas religiones.
¿Todas revelan la verdad? En suma,
¿se cree hoy lo que ayer? ¿Mentira vana
la fe de hoy resultará mañana?

XIV

Yo dormí de la nada en el regazo,
le plugo a Dios y desperté del sueño;
¿qué fue mi yo de libertad escaso,
creado para arder como arde un leño?
¿Quién a Dios hizo Dios? --Lo hizo el acaso.
Porque acaso a mí me hizo pequeño
gusano ¿he de sufrir eternamente,
yo que a la vida desperté inocente?

XVI

¡Muertos! Dejad las hondas sepulturas,
y sin andar y sin mover la planta,
con recta rigidez, sin coyunturas,
con muerto rostro que al cobarde espanta,
venid a mi alrededor, momias impuras,
que nada teme el que a las tumbas canta.
Muertos dejad la fosa tan temida
y con ayes de muerte dadme vida.

XVII

Vuestro sudario levantar deseo
y mirar lo que cubre hondos arcanos;
quiero creer y a mi pesar no creo;
si sois una verdad, restos humanos,
yo busco la verdad, y sólo veo
podredumbre, cenizas, y gusanos.
¡Qué! ¿no tenéis de la verdad la clave?;
pero si polvo sois, ¿qué el polvo sabe?

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

XVIII

Nada es el hombre. De la nada llega
y a la nada se va. Su desgraciada
vida, es la nada y en la nada brega.
Delirio es su razón, su ciencia nada;
su ser es polvo con que el hado juega;
su ridícula momia está formada
de carne y nervios y de sangre impura;
su alma es lascivia, su ambición locura.

XIX

¿Con que nada soy yo? ¿El ser que aliento
es sombra que en la sombra se desliza?
¿Puño de tierra que dispersa el viento?
¿Engañoso fantasma de ceniza?
¿Burbuja de jabón que en un momento
desbarata al cruzar leve la brisa?...
No quiero a ese futuro resignarme,
quiero, antes que ser nada, condenarme.

XX

Yo no quiero morir. Quiero un destino
eterno, como Dios que me ha formado:
yo siento una alma en sí, soplo divino,
soplo inmortal, porque el Señor lo ha dado:
ir al mundo imposible que he soñado;
quiero la fe que el corazón desea,
quiero, al dejar mi terrenal camino,
no quiero duda ya. ¡Maldita sea!

XXI

¿Por qué, insensato, mi razón se agita
de necia duda en el inmundo cieno?
Si busco la verdad, ella fue escrita
con la sangre del mártir Nazareno.
Del réprobo la tumba está maldita,
y la tumba temida es para el bueno
un espléndido faro de esperanza,
un génesis de eterna bienandanza.

Poema de Antonio Plaza

Poema Gratitud de Antonio Plaza

Poema Gratitud de Antonio Plaza

Soneto

Hay una hora de Gólgota en la vida,
hora fatal, en el infierno suena,
hora en que Dios a padecer condena,
hora en que el mundo con desdén olvida.

El hombre entonces con el alma herida
maldice al hombre, de rencor se llena,
baja su frente que rugó su pena
y ni quiere llorar su fe perdida.

Mas si en medio del mundo indiferente
encuentra un corazón que a su quebranto
un alivio le dé, alza la frente,

se reconcilia con el mundo un tanto
y conmovido, en sus mejillas siente
rodar de gratitud, bendito llanto.


Antonio Plaza

Poema ASÍ de Antonio Plaza


Poema
ASÍ de Antonio Plaza

I

Cual fenece la luz del claro día
cuando tiende la noche su crespón,
así, entre sombras de tristeza impía,
murió mi corazón.

II

Como cae un águila orgullosa
herida por el plomo destructor,
así, herido por la suerte odiosa,
murió mi corazón.

III

Cual expira la rosa cuya esencia
el contacto del hielo evaporó,
así, sin un perfume de creencia,
murió mi corazón.

El horrible fastidio me consume,
y mi vida infeliz y pesarosa
de luto se cubrió;
porque triste, y herido y sin perfume,
como la luz, el águila y la rosa,
murió mi corazón.

Poesía de Antonio Plaza

Poema Todo se paga de Antonio Plaza

Poema Todo se paga de Antonio Plaza

Soneto

Pagó Satán su avilantez maldita;
Eva pagó su falta de recato;
pagó Caín su negro asesinato,
y su lascivia el torpe sodomita.

Pagó su orgullo Cora el israelita,
su locura fatal pagó Erostrato
pagó su infamia el Iscariote ingrato,
y su lascivia el torpe sodomita.

Escrito fue mal halle quien mal haga,
ese axioma sublime, justiciero,
ordena que el que deba satisfaga

y nada quede sin pagarse; pero
aunque es verdad que todo aquí se paga,
yo no le he de pagar a mi casero.

Soneto de Antonio Plaza

Poema A Matilde de Antonio Plaza


Poema A Matilde de Antonio Plaza


¡Qué linda te hizo Dios, Matilde mía!
déjame ver a Dios en tu mirada,
y beber de los cielos la ambrosía
pendiente de tu boca perfumada.

Quiero al sellar mi boca con tu boca
que la luz de tus ojos me enajene,
y si quema tu beso el alma loca,
deja que en ese infierno se condene.

Un algo de locura hay en tus ojos,
un algo de sublime en tu semblante;
expresan el desdén tus labios rojos,
y brinda amor tu pecho sollozante.

Tienes tú de la niña la imprudencia
y el aplomo también del ser gastado;
tienes el impudor de la inocencia,
y tienes la vergüenza del pecado.

No sé si eres coqueta o inocente,
porque ambas cosas a la vez te creo:
es tu descaro candidez ingente,
es tu pudor la fiebre del deseo.

Feliz el que, cuando la blanca luna
riele de la onda los nevados rizos,
pueda tener, Matilde, la fortuna
de contemplar a solas tus hechizos.

Feliz el hombre que en su pecho sienta
resbalarse tu lánguida mirada,
y su angélica luz de amor sedienta
en su ánima se impregne apasionada.

Eres más atractiva que el pecado:
si el padre Adán te hubiera conocido,
Su Eva y su Edén gozoso hubiera dado
por el polvo que barre tu vestido.

Y yo pobre cantor, sin fe, sin miedo,
que en torpe bacanal gasté la vida,
que sin ventura por el mundo ruedo,
cual rueda la onda por el mar perdida,

te ofrezco un alma cuya negra historia
es más triste que fúnebre sudario;
te ofrezco amor, y sufrimiento, y gloria;
es el amor la gloria en el Calvario.

Nació el primer amor, sublime, tierno,
de la mujer y del reptil inmundo;
y Dios el santo Edén trocó en infierno,
y dolor y trabajo mandó al mundo.

Pero amando a su vez hasta el delirio,
expiró en una cruz de oprobio llena;
y por eso el amor es el martirio,
y no hay amor sin lágrimas ni pena.

Acepta el alma que por ti delira;
y al entonar mi cántico de amores,
te haré feliz, porque mi ardiente lira
es vara de Aarón, despide flores.

Y sentirás que mi cantar eleva
a vergel más precioso tus penates,
que el asiático que habitó Eva
regado por el Tigris y el Eufrates.

Que al resonar mi enamorada lira
te verás en sus notas transportada
al fantástico Edén en que respira
quien suspendió los mundos de la nada.

No desdeñes, Matilde, mi pobreza,
aunque visto de harapos humillantes,
gusano soy que tiene en la cabeza
invisible corona de brillantes.

En pereza sin fin ronco en el suelo,
porque las penas mi vigor ya cansan;
pero si quiero remontar el vuelo,
¡por Dios!, que ni las águilas me alcanzan.

Si me das de tu amor la esencia pura,
te daré lo que en sueños ambicionas;
porque mi arpa de bardo sin ventura,
tiene el poder de Dios en sus dordonas.

Soy un pobre cantor, sin pan ni abrigo,
que vago por el páramo infecundo;
pero el que miras a tus pies mendigo,
puede, como Colón, darte otro mundo.

Otro mundo de amor y de ilusiones
como la mente lo forjó en el vuelo,
y al descubrir a tu alma otras regiones,
seré tu Galileo, verás el cielo.

El cielo azul divino, voluptuoso,
inflamado de amor y venturanza,
donde brilla sublime, esplendoroso,
el magnífico sol de la esperanza.

Y suspendida en gasa transparente,
en alcázar de luz, de luz sin sombra,
corona de astros brillará en tu frente,
serán celajes tu preciosa alfombra.

A la región de la celeste lumbre,
te llevará mi ardiente fantasía,
subirás de ese cielo hasta la cumbre,
pondré a tus pies el luminar del día,

tu suerte envidiarán regias beldades,
mis cánticos de amor serán tu historia,
transmitiré tu nombre a las edades
y, lo mismo que Dios, te daré gloria.

Antonio Plaza

Baladilla de los tres ríos de Federico García Lorca

A Salvador Quintero


El río Guadalquivir
va entre naranjos y olivos.
Los dos ríos de Granada
bajan de la nieve al trigo.

¡Ay, amor
que se fue y no vino!

El río Guadalquivir
tiene las barbas granates.
Los dos ríos de Granada,
uno llanto y otro sangre.

¡Ay, amor
que se fue por el aire!

Para los barcos de vela
Sevilla tiene un camino;
por el agua de Granada
sólo reman los suspiros.

¡Ay, amor
que se fue y no vino!

Guadalquivir, alta torre
y viento en los naranjales.
Dauro y Genil, torrecillas
muertas sobre los estanques.

¡Ay, amor
que se fue por el aire!

¡Quién dirá que el agua lleva
un fuego fatuo de gritos!

¡Ay, amor
que se fue y no vino!

Lleva azahar, lleva olivas,
Andalucía, a tus mares.

¡Ay, amor
que se fue por el aire!

Poema de la siguiriya gitana de Federico García Lorca

A Carlos Morla Vicuña


PAISAJE

El campo
de olivos
se abre y se cierra
como un abanico.
Sobre el olivar
hay un cielo hundido
y una lluvia oscura
de luceros fríos.
Tiembla junco y penumbra
a la orilla del río.
Se riza el aire gris.
Los olivos
están cargados
de gritos.
Una bandada
de pájaros cautivos,
que mueven sus larguísimas
colas en lo sombrío.


LA GUITARRA

Empieza el llanto
de la guitarra.
Se rompen las copas
de la madrugada.
Empieza el llanto
de la guitarra.
Es inútil callarla.
Es imposible
callarla.
Llora monótona
como llora el agua,
como llora el viento
sobre la nevada.
Es imposible
callarla.
Llora por cosas
lejanas.
Arena del Sur caliente
que pide camelias blancas.
Llora flecha sin blanco,
la tarde sin mañana,
y el primer pájaro muerto
sobre la rama.
¡Oh, guitarra!
Corazón malherido
por cinco espadas.


EL GRITO

La elipse de un grito,
va de monte
a monte.
Desde los olivos,
sera un arco iris negro
sobre la noche azul.

¡Ay!

Como un arco de viola
el grito ha hecho vibrar
largas cuerdas del viento.

¡Ay!

(Las gentes de las cuevas
asoman sus velones.)

¡Ay!


EL SILENCIO

Oye. hijo mío, el, silencio.
Es un silencio ondulado,
un silencio
donde resbalan valles y ecos
y que inclina las frentes
hacia el suelo.


EL PASO DE LA SIGUIRIYA

Entre mariposas negras,
va una muchacha morena
junto a una blanca serpiente
de niebla.

Tierra de luz,
cielo de tierra.

Va encadenada al temblor
de un ritmo que nunca llega,
tiene el corazón de plata
y un puñal en la diestra.

¿A dónde vas, siguiriya,
con un ritmo sin cabeza?
¿Qué luna recogerá
tu dolor de cal y adelfa?

Tierra de luz,
cielo de tierra.


DESPUÉS DE PASAR

Los niños miran
un punto lejano.

Los candiles se apagan.
Unas muchachas ciegas
preguntan a la luna,
y por el aire ascienden
espirales de llanto.

Las montañas miran
un punto lejano.


Y DESPUÉS

Los laberintos
que crea el tiempo
se desvanecen.

(Sólo queda
el desierto.)

El corazón,
fuente del deseo,
se desvanece.

(Sólo queda
el desierto.)

La ilusión de la aurora
y los besos,
se desvanecen.

Sólo queda
el desierto.
Un ondulado
desierto.

Poema: - 18 - (El Regreso) de Heinrich Heine

Cual nube confusa y vaga,
la ciudad se ve a lo lejos
entre sombras y reflejos
de la tarde que se apaga.

Riza el agua el viento leve;
mi barquero, acompasados
alza los remos pesados
y la negra lancha mueve.

Y el sol su postrer fulgor
aún lanza para alumbrar
el malhadado lugar
que fue tumba de mi amor.

Poema: - 19 - (El Regreso) de Heinrich Heine

¡Bien hayas, oh bulliciosa
inexcrutable ciudad!
Entre la turba afanosa
guardaste un día a la hermosa
que era mi felicidad.

Torres y puertas, ¿qué fue
de la bella a quien adoro?
En prenda os la confié,
y cuentas os pediré,
de mi perdido tesoro.

Mas, no sois culpables, no,
viejas torres, de sus tretas;
pues hubisteis de estar quietas
cuando la loquilla huyó
con sus cofres y maletas.

Tú, que la debiste ver,
negro portal, ¿qué me dices?
Que nunca sabes qué hacer
cuando nos da una mujer
con la puerta en las narices.

Poema: - 20 - (El Regreso) de Heinrich Heine

Sigo la antigua senda acostumbrada
la calle que solía;
y me llevan los pies a su morada,
hoy lóbrega y vacía.

¡Cuán angosta es la calle! El pavimento
¡cuán escabroso y duro!
-Las paredes caer sobre mí siento,
y la marcha apresuro.

Poema: - 21 - (El Regreso) de Heinrich Heine

Entré en la estancia de la hermosa mía,
juróme amor con lágrimas fervientes:
do cayeron sus lágrimas, bullía
enjambre de serpientes.

Poema: - 22 - (El Regreso) de Heinrich Heine

Tranquila está la noche; silenciosa
la calle; éste es el sitio; aquí vivía.
Ha mucho tiempo huyó la niña hermosa:
la casa aún está allí, triste y vacía.

¡Y un hombre miro al pie, sombra importuna
que los brazos levanta delirante!...
¡Santos cielos! ¡Al rayo de la luna
descubro en su semblante mi semblante!

Pálido espectro de mis penas propias,
¿por qué, dándome inútiles reproches,
el loco afán en las tinieblas copias,
que así llenó mis anhelantes noches?

Poema El Mendigo de Antonio Plaza

Poema El Mendigo de Antonio Plaza
Y las fiestas
Y el contento
Con mi acento
Turbo yo.

Espronceda.


I

De invierno era noche. La luna, bañaba
con luces divinas su casto ropón;
el éter cerúleo su toldo bordaba
de estrellas temblantes de tenue fulgor.

Con hilos de escarcha tejió el horizonte
un lienzo precioso de blanco ormesí,
que en nieve trocaba las crestas del monte
y en líquido aljófar del campo el tapiz.

Todo era silencio. Ni un ave medrosa
turbó con su canto la triste quietud:
allá en lontananza se veía una choza
de hoguera brillante fumífera luz.

Al pie de un encino, al que hace pedazos
sus frondas resecas el soplo invernal,
las hebras de nieve dejando en sus brazos,
y témpanos duros de limpio cristal.

Descansan dos seres de aspecto humildoso,
¡exóticas hierbas de extraño plantel!
Un pobre mendigo que vela afanoso
el sueño a una virgen, mendiga también.

Los viles harapos, la turbia mirada,
la barba canosa, la histérica faz,
el cuerpo inclinado, la frente rugada
del viejo, revelan su agudo pesar.

A la que duerme vestida en el suelo
el cándido rostro le cubre su pelo,
su brazo le sirve de almohada esta vez;
el rostro que baña mortal palidez.

Su talle que celos causó a las ondinas,
lo arropan jirones de burdo sayal;
la sangre enrojece sus plantas divinas
que en luengo camino llegáronse a hinchar.

"Dime: ¿por qué sufres, niña desgraciada?
¿Por qué el infortunio tu cuna meció?
¿Por qué secó el hambre tus formas de hada
y llanto salobre tu faz escaldó?

¿Eres azucena crecida entre abrojos?,
¿paloma que trajo misión de llorar?,
¿o ángel que Cristo miró con enojos,
y vienes sin culpa, al mundo a penar?"

Así habló el anciano: sus nervios crispados
moviólos un fuerte convulso temblor;
entonces sus ojos sin luz, empañados,
brillar un momento los hizo el dolor.

Separó del rostro con mano amarilla
de su hija el cabello sedoso, sutil;
besó de la virgen la flaca mejilla,
volvió con la crencha el rostro a cubrir.

Clavó en las estrellas la vista indignada,
los puños con ira temblante cerró,
y puso en la joven después su mirada,
y plática triste consigo entabló.

II

Duermes en sueño profundo,
duérmete, ángel del dolor,
que mendigos por el mundo
vemos errantes tú y yo,
como ecos en las montañas,
como secas espadañas
a merced del vendaval;
como dos plumas caídas,
como dos plumas perdidas
sobre borrascoso mar.

Todo calla. No se mueve
ni la luna en el zafir,
bajo sábana de nieve
parece el orbe dormir.
Cuán dichosos los pastores
que tal vez hablan de amores
al calor de aquella luz;
sólo yo, pobre mendigo,
me hallo sin pan, sin abrigo,
en horrible senectud.

Yo que de oro, de placeres,
otro tiempo disfruté,
y entre amigos y mujeres
años felices pasé;
que de todo me burlaba,
pobre harapo despreciable,
yo que a nadie respetaba,
porque grande me creí;
ahora viejo, miserable,
todos se burlan de mí.

Yo que en batalla tremenda
con imponente quietud
vi de la metralla horrenda
brillar la siniestra luz,
y en débil barco indefenso
afronté del mar inmenso
la iracunda tempestad;
hoy de puerta en puerta plaño
y hasta de un niño el regaño
me hace, ¡cobarde!, temblar.

Canto excelso de victoria
con voz robusta entoné,
y obtuve lleno de gloria
un renombre... ¿para qué?
¿Si me llaman hoy mendigo,
si a la humanidad hostigo
con mi constante pedir?
¿Si cual de réprobo inmundo
huye la gente de mí?

De mí, que de los salones
era el orgullo la luz,
y en espléndidas reuniones
derramé la beatitud.
Hoy si muerto de hambre llego
donde hay baile, bulla, juego,
y les grito: Socorred
al desgraciado, mi plaga
en áurea copa que embriaga
es una gota de hiel.

¿Qué se hicieron las brillantes
horas de felicidad?
Las mujeres incitantes,
los amigos, ¿dónde están?...
Fue fantasma que risueño
mis sentidos fascinó;
fue meteoro refulgente,
que en un cielo transparente
para apagarse brilló.

Áurea imagen de vapores
sueño brillante de ayer,
lindas sombras de colores
con las que yo deliré;
recuerdos de nuestra gloria
que torturan la memoria
del pordiosero infeliz;
marchad, placeres perdidos,
fantasmas de fuego, idos,
idos, fantasmas, de aquí.

Hoy mendiga el que antes daba,
y se humilla el que humilló,
que el mundo que le adulaba
de desprecio lo cubrió:
y al morir sus ilusiones
devoró las decepciones
de la infame ingratitud,
y en su camino de abrojos
le hace postrarse de hinojos,
de su miseria la cruz.

De cuánta dicha inefable
me hizo la suerte gozar;
pero la suerte mudable
y pérfida, como el mar,
trocó mi orgullo en flaqueza,
en miseria mi riqueza,
mi placer en expiación.
Hoy, devorado de hastío,
hambre tengo, tengo frío,
tengo luto y maldición.

Sombras de oro que abrillanto
con mis lágrimas, ¡Huid!,
porque si os miro me espanto
de mi existencia infeliz.
¿A que un instante la mente
os acariñe ferviente
venís en loco tropel?
¿Así irritáis la memoria
vagos fantasmas de gloria
para marcharos después?

Dejadme en triste destierro
sin amigos, mendigar,
y recibir como perro
un vil mendrugo de pan.
Mendrugo que yo devoro
empapado con el lloro
que brota del corazón,
y... ¡piensan todos en tanto
que es de gratitud el llanto
que arranca la indignación!

Al mendigar miserable,
como sin alma me ven
y que harapo despreciable,
mi orgullo de hombre dejé;
mal conoce el que se engaña
todo el veneno que entraña
un corazón infeliz.
Es mi eterna pesadilla,
a quien una vez humilla,
humillarlo mil y mil.

¿Por qué a la suerte le plugo
mi soberbia mancillar?...
¡Oh, si pudiese el mendrugo
devolver al que lo da!
¡Si me viese en un momento
joven, fuerte y opulento
para saciar mi rencor,
feliz entonces muriera,
que yo por vengarme diera...
...de mi hija la salvación!

III

¿Mi hija?... ¡no!... ¡loca demencia!,
infortunada criatura,
bastante es tu desventura
con deberme la existencia.
Flor de blanca transparencia
cuyo purísimo seno
está de lágrimas lleno;
mañana tal vez la ola
del ábrego, tu corola
arrastrará por el cieno.

Triste imagen de la muerte,
¡infeliz!, te ha puesto el hambre,
y débil como el estambre
ya no puedes sostenerte.
¿Para penar de esta suerte
de los cielos descendiste?
Antes de nacer ¿qué hiciste?
¿Qué sufres con un mendigo
de su pasado castigo
que tú nunca mereciste?

Dios a vagar por el mundo
te condena, pura ninfa,
como la diáfana linfa,
que corre entre el fango inmundo.
Mas del viejo moribundo
si la vida se derrumba
y entre los dos una tumba
pone inflexible el destino,
aislada en el torbellino,
¿qué harás cuando yo sucumba?

Tus labios, tal vez mis ojos
cerrarán, virgen preciosa,
tal vez tú al hacer la fosa
para inhumar mis despojos
lanzarás, hija, de hinojos
ayes mil que el alma esconde,
y al ver que nadie responde
tomarás por compañero
mi bordón de limosnero
para ir... ¡qué sé yo adónde!

¿Qué porvenir se te espera
si el hambre tu orgullo abate?
Quizá lúbrico magnate
con su oro te hará ramera.
Y aunque pobre limosnera
serás su amante, en seguida
te dejará envilecida,
y tendrás, hija que ser
vaso inmundo de placer,
flor de todos escupida.

Si desde la excelsa cumbre
del pudor, al precipicio
ruedas, y de infando vicio
ardes en la horrible lumbre,
trocarás en podredumbre
tu pureza virginal;
un torcedor infernal
te matará, desgraciada,
y morirás devorada
de lepra, en el hospital.

Tan horrorosa pintura
me hace el corazón pedazos.
Mejor te ahogo en mis brazos;
¡muere!... ¡pero muere pura!
que de infame locura
venga el patíbulo en pos;
no hemos de sufrir los dos,
aunque execren mi memoria:
vete sin mancha a la gloria.
¡Magüer me condene Dios!

IV

Al decir esto, solloza
y estrecha convulsamente
el cuello de la inocente
que al pie del árbol reposa.
Ella siente en su garganta
la opresión, deja el letargo,
arroja un, ¡ay!, muy amargo
y rápida se levanta.

Con dulce rostro patético
a su anciano padre mira,
y su padre la retira
y corre loco, frenético,
y se golpea el corazón,
y al cielo eleva los ojos.
Y después cae de hinojos
y grita: ¡perdón!... ¡perdón!

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
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V

Del ígneo sol sublime brillaron los fulgores,
los gélidos carámbanos su lumbre destruyó.
Abrieron sus corolas de púrpura las flores,
su cántico mandaron al tul los ruiseñores
de Febo saludando el rostro bienhechor.

Ya no triste neblina el horizonte empaña
del cerro se descubren los riscos de coral,
el césped reverdece, revive la espadaña,
y brincan las ovejas con gusto en la montaña
y marchan los pastores con gusto a trabajar.

Está radiante el cielo, preciosa la natura,
y todo ya parece al mundo sonreír:
extiende el campo rica alfombra de verdura
y de perfume llena el aura que murmura,
jugando da sus besos al nardo y alhelí.

En tanto se divisan en densa lontananza
a nuestros dos mendigos un monte trasponer;
el pobre viejo, débil en su blago descansa
y sigue silencioso, sin fe ni venturanza
su marcha por el mundo, maldito para él.

V

Seguid, seguid viajeros desdichados
por el yermo fragoso de la vida,
que todos, cual vosotros, desgraciados
tenemos alma por la pena herida,
y con los ojos de llorar cansados,
con la esperanza de placer perdida
y con el mundo en perdurable guerra,
todos vamos mendigos por la tierra.

Antonio Plaza